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4 2 6 ALEJANDRO DE VILLALMONTE ber abandonado la «teología de Adán», pero no cree atendible hoy día este reparo [265 ss.]. Piensa que su teoría recoje bien el intento de explicación del dogma en perspectiva-evolutiva, según lo intentaron con acierto Teilhard, Hulsbosch, Schmitz-Moormann [ 266]. Reafirma su idea básica, y bien fundada en Rm 5: la universalidad y anterioridad relativa del pecado = historicidad disociada. Es también lo más d ifícil de entender para el hombre moderno. Para ser completos es indispen­ sable recordar «que todos, con anterioridad a su obrar propio, están desti­ nados a la gracia redentora y plenificadora» [ 269 ]. Ambas formas de histo­ ricidad, la disociante y la unificante, son «anteriores» a la decisión humana, pero con anterioridad distinta. La historicidad disociante es un hecho ya real, adquirido, puesto en marcha por el hombre; mientras que la historicidad unificante — la de la gracia— queda como una oferta, una llamada que se realizará a su tiempo. Como Teilhard también Le habla de que el pecado consiste en la repulsa por parte del hombre a la oferta de progreso evolu­ tivo: es un acto contra-evolutivo y reaccionario [ 270 ss.]. En un estudio dedicado al tema ]. L. Ruiz de la Peña valora positivamente la aportación de Le. Especialmente porque, frente a otras tendencias, Le «devuelve a Rom 5, 12 ss el carácter de lugar privilegiado en la doctrina del pecado origi­ nal». Pero, «quedan pendientes dos cuestiones de peso: el índice de interioridad aplicable a la inserción del hombre en la historia desviada; el m otivo por el que esta historicidad, y no otra, es prioritaria en orden a determinar la existencia concreta del ser hum ano»28. Aceptamos la observación última, pero no nos satisface la exégesis de Le a Rm 5, 12-21, cuando habla de El Pecado (H e Hamartía) preveniente y determ i­ nante de la condición humana-histórica. Esta hipostatización de la fuerza del mal conserva cierto residuo m ítico que tal vez flote en la superficie del mismo texto paulino, pero que no vemos cóm o pertenezca a su intención docente. Por lo de­ más, pensamos que es acertado el que Le haya eliminado la «teología de A dán» con todo su contenido tradicional: estado de inocencia originaria, pecado primero originante de peculiar importancia en la historia del m u n d o 79. 28. J. L. R uiz de la P eña, La dialéctica destino-libertad, pp. 345 y 348, respecti­ vamente. Ver 340-8 29. Otras referencias a la teoría de Le H . de L a v a le tte , Bulletin de Tbéologie Dogmatique, 233-6. L. S ch e ffcz y k , Versuche zur Neuausprache, 258. J. G r o s s , Ges­ chichte des Erbsündendogmas, IV , 308-11. U. Baumann, Erbsünde?, 100 s. M . F lik - Z. A lsze g iiy , El hombre bajo el signo del pecado, 223-9. Su idea de la «historicidad disociada» no encontró aceptación: por una parte podría confundirse con la condición creatural humana, sin más y así hacer al hombre pecador por creación; o bien no expli­ ca por qué el hombre está en condición disociada y no más bien en condición unificada bajo la gracia.

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