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386 ALEJANDRO DE VILLALMONTE pecado original en que todo hombre nace. La ciencia no puede hablar de un «primer hombre». El científico, aunque sea creyente, comprende muy mal que haya podido haber un primer pecado, de especial calidad teológica, que haya determinado tan hondamente el destino del género humano hasta el final de los tiempos. Ya se dio un primer paso, importante, al admitirse por todos que la Escritura no afirma el monogenismo científico y que podrían explicarse todos sus textos también en hipótesis poligenista. Los textos mismos del Magis­ terio podrían no ser ya decisivos bajo este aspecto: nada dirían en contra de un posible origen poligenista del hombre, ya que este hecho no compro­ mete la doctrina del pecado original. Un factor importante en la reavivación y hasta en la solución de la cues­ tión lo constituye Teilbard de Chardin. Su postura en este punto, con no ser teólogo, contribuye a que los teólogos de profesión busquen y encuen­ tren nueva forma de superar un conflicto, que se ve innecesario ya. entre la ciencia y la teología. Bajo el impulso de su mentalidad medularmente evolucionista Teilbard no encuentra posibilidad para seguir manteniendo la figura de Adán. A me­ dida que avanza la paleontología, piensa Teilbard, va quedando menos sitio para Adán, su paraíso y sus privilegios excepcionales. Por eso Teilbard re­ chaza decididamente toda la «teología de Adán», en su contenido tradicio­ nal. Especialmente no podría justificarse que sea Adán el autor único del pecado originante de la situación decaída de la humanidad. Al eliminar la figura teológica de Adán, el mismo pecado original como tal queda hondamente afectado en su naturaleza específica. Habrá que con­ templarlo dentro del contexto general del proceso evolutivo del cosmos en­ tero y de grupo humano. Entonces el pecado original sería el lado negativo de la evolución en su nivel humano, consciente y libre: la negativa volun­ taria del hombre a colaborar en el proceso de ascensión, unificación y ele­ vación del universo. Negativa que, aunque libre, es «estadísticamente nece­ saria»: un subproducto inevitable del proceso evolutivo, de la historia de un mundo en devenir. Las sugerencias de Teilhard tuvieron éxito creciente en su aspecto de crítica y eliminación de la figura teológica de Adán. También marcaron un paso en la reconciliación ciencia-teología, en lo que se refiere a la discusión sobre el poligenismo. Reconciliación basada en la eliminación de un proble­ ma que iba ya resultando ficticio. A partir de 1960, aproximadamente, crece por años el número de los teólogos que no ven dificultad importante en admitir el poligenismo antro­ pológico. Mejor dicho, la teología debe prescindir, tranquilamente, del pro­ blema de monogenismo-poligenismo en cuanto al origen del hombre. Lo que ella tenga que decir sobre el pecado original y su modo de aparición en la

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