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EL PECADO ORIGINAL. 4 2 1 enseñanza tradicional era éste precisamente el momento más delicado, ya que las que ahora son vistas como «explicaciones teológicas» de los mencionados textos, eran tenidas hasta fecha reciente como pertenecientes a la sustancia de la fe, como «dogmas». — La visión caritocéntrica-cristocéntrica de toda la problemática sobre el pecado original es indispensable mantenerla como lo hace Sch. Y aun pro­ seguirla y ahondarla en dimensiones que Sch no toca. — La idea central de su teoría, la figura del «pecado del mundo», sólo es relativamente original. Es plausible que haya dado más circulación a esta figura bíblica. E l haberla actualizado en categorías tomadas a la filosofía exis- tencialista le da cuño de actualidad y popularidad. Pero me parece un éxito efímero y superficial. Y no sé si clarifica la cuestión en todos los ambientes. Por lo que se refiere a su aplicación al problema del pecado original, podría aclararlo y completarlo bajo ciertos aspectos: su dimensión comunitaria, so­ cial, histórica, evolutiva, interpersonal; dinamiza la relación entre el peca­ do original y los pecados personales de cada día. A l avanzar más y querer sustituir el pecado original (en realidad el originante y el originado) por el «pecado del mundo», las reticencias de los críticos son muy numerosas y justificadas. En efecto, si el «pecado del mundo» lo tomamos en cuanto condensa el entorno vital que desde fuera impulsa hacia el pecado no se ve que tal en­ torno pecador sea suficiente para constituir a nadie formal, interna y real­ mente pecador; aunque la palabra «pecador» se use en sentido analógico. Si, por el contrario, el pecado del mundo se entiende como fuerza que lo pone a uno en «condición» óntica-interna pecadora, parece se peca por exce­ so; pues no se ve cómo la condición pecadora no se identificaría con la con­ dición humana existencial, creatural-existente, sin más. La coordinación de ambas dimensiones da por resultado que el «pecado del mundo» sustituya al «pecado de Adán» en la función de originante del pecado en que todos na­ cemos. Ahora bien, si la teoría tradicional (el pecado adánico) no explicaba el «misterio» de cómo éste contagiaba a todos, tampoco ahora se explica el «enigma», aunque el contagiante o corruptor de la humanidad sea la huma­ nidad entera. Según indicábamos antes, era misteriosa la afirmación de que «la persona corrompe a la naturaleza y la naturaleza corrompe a la persona», según decían los antiguos. Pero no es menos misterioso afirmar — en la teo­ ría de Sch — que el individuo corrompe a la sociedad y la sociedad corrompe al individuo. Suponiendo siempre la hondura y universalidad que atribuye la enseñanza tradicional a tal contagio = pecado original. Precisamente esta universalidad y hondura peligran, según pensamos, en la teoría de Sch. Primero, por el hecho de que Sch centra el pecado del mundo en el acontecimiento del Calvario; y porque el pecado original es por su misma índole, una realidad evolutiva, flúida, imprecisa, que crece y disminuye. Y por

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