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EL PECADO ORIGINAL. 4 1 5 haber de mayor gravedad e influjo más nefasto [P R 34 ss., 1 10 ]. Y defiende esta opinión del «Catecismo Holandés» contra las advertencias de la Comi­ sión teológica. «En la medida en que los dones paradisíacos y la única pare­ ja de primeros padres se van haciendo más problemáticos, se hace también menor la oportunidad de que el pecado primordial tenga significación par­ ticular» [P R 76, 8 2 ], «No me parece en modo alguno necesario reconocer tal influjo específico o particular a un primer pecado» [P R 109, 109-10], No tiene más importancia que «la de abrir brecha» [P R 145] 17. Así pues, el «estado de justicia original» queda eliminado como no ba­ sado en la Escritura [P R 76 ss.]. Por otra parte, una visión evolutiva del mundo, no permite, lógicamente, hablar de tal estado excepcional al prin­ cipio, ya que sería más propio de una humanidad superdesarrollada en todos todos los aspectos, o que llegó ya a una perfección escatológica [H P 10, 34 ss.; PR 90, 3 4 ]. En referencia al don de la inmortalidad corporal «hemos de dejar en suspenso la cuestión de si la muerte corporal es consecuencia del pecado original y no viene dada con el ser mismo del hombre» [P R 80, 77-82 ], Muy unida a la anterior problemática es la referente a la del monogenismo- poligenismo en cuanto al origen del hombre. Sch no ve dificultad ninguna en dejar vía libre al poligenismo, así com o no encuentra apoyo ninguno en los tex­ tos de la Biblia o de la tradición para seguir manteniendo el monogenismo. Las discusiones entre teólogos y científicos respecto a la antropogénesis quedan supe­ radas, al menos cuando se trate del pecado origin all8. El pecado original y el pecado del mundo. Eliminado Adán y su pecado como originante del estado de pecado en que todo hombre llega a la exis­ tencia, se hace indispensable buscar otro «originante», proponer en forma distinta la «etiología» de este mal que infecta a toda la humanidad. Aparece así la figura del « pecado del mundo», fórmula que, como ninguna otra, cifra los intentos de renovación-trasformación de la enseñanza sobre el pecado original. Ya conocemos esta figura en H. Rondet y G. Martelet. Sch pro­ fundiza el tema y lo enriquece en aplicaciones y hasta lo trasforma en tema de teología popular 19. Entre los varios modelos que, según Sch, ofrece la Escrtura para explicar el pecado que reina en el mundo, él se ha fijado en la idea joanea del «pe­ 17. Ver también H P 1032-33; Mysterium Iniquitatis, 596-90. 18. PR 110 ss. = H P 1023 ss. En la ed. alemana «Theologie der Sünde», pp. 225- 30. polemiza contra la pretensión de Rahner de dar argumentos de índole metafísica para demostrar el monogenismo. C f. supra p. 19. El intento de explicar el pecado original mediante la figura del pecado del mundo se encuentra por aquellos mismos años en Rondet-Teilhard-Ligier-Schoonenberg- Smulders. N o nos detenemos en averiguar de quién partió, originariamente, esta idea.

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