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EL PECADO ORIGINAL. 407 En un escrito posterior completa Ro algunas de las ideas expuestas10. Así, por ejemplo, declara que: «el problema del poligenismo me parece ac­ tualmente del todo superado» s. Una vez más insiste Ro en que el hombre actual pertenece a una humanidad caída, no es la que debería ser, según el designio de Dios. Más aun el hombre verdaderamente nace pecador [9 -20], E l misterio del pecado original se cifra en la solidaridad doble, íntimamente conexa entre sí: solidaridad en el mal, solidaridad en Adán. Lo que pueda significar esta solidaridad de todos en el mal nos lo indi­ caría la expresión tradicional que llama al pecado original pecado de la natu­ raleza (-peccatum naturae). Pero veamos cómo entiende Ro la «naturaleza», en la citada fórmula. La solidaridad física-óntica de la tradición agustiniana- tomista, o la solidaridad moral-personal de escotistas y otros, deberán ser completadas hoy. Por eso Ro entiende la «naturaleza» en un sentido más social-psicológico-cultural e histórico. En el caso la «naturaleza» estaría cons­ tituida por el medio social, la herencia espiritual, cultural, las acciones bue­ nas y malas de los demás hombres, todo eso que llamamos el medio, el en­ torno vital en el cual estamos enraizados. Todo eso que forma «como las condiciones a priori de nuestra existencia» [2 4 ]. «Aun en las decisiones más ligeras uno se encuentra aprehendido por su herencia espiritual; en mí ha­ bitan una familia, una raza, una civilización, una humanidad... es todo un universo que me rodea, el medio (milieu = entorno vital) en que vivo. Nues­ tra psicología hunde sus raíces en una ontología del sujeto que el dogma del pecado original esclarece maravillosamente. En lo más profundo de mi yo, yo mismo me encuentro habitado» [2 5 -6 ], Con la anterior descripción se da nueva versión de la conocida fórmula del pecado original como pecado de la naturaleza, no de la persona. «Cada uno es pecador antes de que sepa lo que es el pecado» [2 8 ]. Por pertenecer a una humanidad pecadora, por efecto del pecado del mundo en que estamos radicalmente situados. Por lo que respecta a «nuestra solidaridad en Adán» Ro insiste en que tal solidaridad en el mal «es incomprensible sino no es como reverso de otro misterio: nuestra solidaridad en Cristo Jesús» [3 5 , 3 1 ] . Con todo, aunque Ro da escasa importancia a la figura de Adán parece no se atreve a pres­ cindir de ella. Si bien Adán no sería más que el primero de la serie de peca­ dores [cf. 28 -35]. Poco importa, pues, el pecado de Adán. «E l dogma del pecado original nos habla de nuestra naturaleza pecadora, y de nuestra im­ potencia radical para v iv ir una vida digna de D ios» [ 3 5 ] . 10. H . H on det, Le péché originel et le péché d’Adam. Los numéros entre corchetes, en el texto, se refieren a las pp. de este art.

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