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402 ALEJANDRO DE VILLALMONTE específico del mal, ni una necesidad de hacer «teodicea». Se reduce todo ello al problema mismo de la creación de seres (-libertades) finitos. Mientras estén en devenir-evolución el mal es inevitable, es la «ley del ser» que en ellos se revela. Cosa distinta será a nivel vivencial, experimental. Aquí el mal-pecado sólo se resuelve superándolo, trasformándolo en paso hacia el bien. En referencia a la pecaminosidad humana la visión estática del universo contemplaba el pecado como trasgresión de una ley inmutable, eterna. Pecar era quebrantar el orden establecido, en última instancia, por Dios. Sin embar­ go, en perspectiva evolutiva el pecado adquiere otra significación bien distinta. Pecado es toda acción libre contra la ley de la evolución, del progreso, que es ley de marcha hacia la unidad metafísica del universo, hacia convergencia en el punto Omega. «En último termino bueno es solo lo que contribuye ni crecimiento del espíritu en la tierra» [204]. Por el contrario, «pecado es reprimir la fuerza «expansiva de crecimiento inmanente al cosmos [205], A nivel humano el pecado consiste en ir voluntariamente contra la ley de la unidad de los hombres. Por ello todo pecado es un pecado contra la ley del amor. El que no colabora en la promoción del universo, de la humanidad de Dios en evolución es el que dice en realidad ¡No» serviam ! : No quiero servir al progreso de la creación in fieri. El pecado contra la «naturaleza» (y contra Dios) es ahora un pecado contra la evolución, ya que esta es 'ley’ de la naturaleza y 'ley’ de Dios. De aquí se siguen ya otras conclusiones: que el pecado es inevitable­ mente universal, ya que ningún hombre supera del todo la tentación de iner­ cia, de no-colaborar en el progresivo mejoramiento del mundo. Tiene carác­ ter social, pues, aunque sea en forma infinitesimal, todo acto de quien rehú­ sa el trabajo positivo por el progreso perjudica a la comunidad. Por último, en esta perspectiva no tiene sentido hablar de un comienzo absoluto y pun­ tual del pecado, ni de un pecado que tenga peculiar-decisiva importancia, co­ mo el de Adán. La importancia del pecado se conmensura al progreso de la libertad del hombre, siempre en crecimiento, siempre adquiriendo mayores posibilidades para el bien y para el mal. En una palabra, la «universal peca­ minosidad humana en un mundo en evolución se explica por la solidaridad del ser humano por una parte y, por otra, por la necesidad estadística del fallo en la libertad humana» [216]. La relación entre pecado-redención hay que buscarla en dirección dis­ tinta a la teología clásica. «No es posible fundar el hecho de la radical situación de pecado en un acontecimiento del pasado, en un pecado come­ tido en el pasado» [216]. «Aferrarse al pecado original como fundamento de la necesidad de redención es una limitación, una des-universalización de la obra de Cristo» [218]. Ni respondería a las pretensiones de universalidad

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