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384 ALEJANDRO DE VILLALMONTE sí mismo por el sentido último de la vida y del mal, que aflige su vivir cotidiano. La nueva antropología, la concepción del hombre impregnada de exis- tencialismo y personalismo provoca la reviviscencia de una vieja dificultad frente al pecado original: la de explicar cómo un hombre pueda ser real­ mente culpable, pecador ante Dios, por el comportamiento de otro hombre; especialmente si, como en el caso de Adán, se nos ofrece inmensamente le­ jano en el tiempo y en la forma de estar en el mundo. Da la impresión de que su acción significase una especie de fatal destino pesando sobre la huma­ nidad desde el comienzo y hasta el final de los tiempos. Estas y similares dificultades se dejan sentir y se expresan con creciente fuerza en la vida concreta de la Iglesia. La pastoral y cura de almas exterio­ rizan también su desasosiego ante la enseñanza tradicional sobre el pecado original. Se sospecha y se dice que la pura verdad divina pudiera estar en­ vuelta en demasiados ropajes humanos que la hacen innecesariamente difícil de aceptar por los creyentes más reflexivos y críticos de nuestro tiempo. La teología protestante referente al pecado original había sufrido ya hon­ das trasformaciones por estos años. Primero, porque la exégesis y teología bíblica de ellos era más crítica y avanzada que la de sus colegas católicos. En segundo lugar, porque se habían mostrado más sensibles a las dificulta­ des de la ciencia y filosofía evolucionista moderna. La teología católica, por estos motivos y bajo el impulso del naciente ecumenismo interconfesional, se dejó influir voluntariamente por los teólogos protestantes en el plantea­ miento y, en casos, también por las soluciones en referencia al pecado original. La exégesis bíblica, desde sus propios principios, estaba logrando visibles progresos entre los católicos. Los complicados textos concernientes al «dog­ ma» del pecado original, Gén 2-3 y Rm 5, 12-21, mil veces estudiados, son puestos de nuevo en la balanza y son hallados faltos. Se abre paso la con­ vicción de que enseñanza sobre el «pecado original», en su formulación espe­ cífica no es, rigurosamente hablando, una enseñanza bíblica. Además, los mismos criterios hermenéuticos que fueron aplicados con éxito a los textos bíblicos, son aplicados ahora a los textos emanados del Magisterio, con resul­ tados inesperados y poco halagüeños para la vieja creencia. En simbiosis y bajo el impulso de las mencionadas fuerzas, muchos teó­ logos de estos años buscan nuevos caminos, una formulación renovada de la antigua creencia. Novedad que, en ocasiones, apenas será posible distinguir de una auténtica trasformación real y objetiva. Más aún, hay intentos de dejar caer esta creencia a la que se juzga ya inconsistente e innecesaria.

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