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EL PECADO ORIGINAL. 397 condición», dice Sm citando a H. Renckens [231]. Pero «esta causalidad verdadera del acto único de Adán no excluye que otros pecados hayan po­ dido hacerse causas accesorias del pecado original» [231]. Otros pecados personales de otros antepasados nuestros acrecen el pecado del mundo e influyen en nuestro pecado original [cf. 231-33], El pecado original se concretiza en los pecados personales. Apoyándose en la exégesis de Lyonnet sobre Rm 5, 12 ss., propone Sm que «los pecados personales serían la con­ tinuación del pecado de Adán y, al mismo tiempo, la condición real e infa­ liblemente realizada, por la que este primer pecado se cumpliría enteramente en cada existencia personal» [234]. Adán abrió la puerta al pecado, cuyo dominio se va haciendo efectivo a medida en que todos pecan personal­ mente. La Iunción de la generación o procreación en la trasmisión del pecado original, aun teniendo a la vista los textos de Trento, podría interpretarse en el sentido de que «cada hombre es pecador desde su origen en la huma­ nidad y de la humanidad caída» [236]. Los factores biológicos no serían los únicos. Habría que contar con otros factores culturales: educación, am­ biente, ejemplo que hacen al hombre ser históricamente «hombre» dentro de la historia humana [cf. 236-7]. Al interpretar la condición paradisíaca del hombre Sm se pone en la dirección de Renkens y Dubarle, ya conocida por nosotros: el autor de G é­ nesis no quiere dar información directa sobre la concreta situación del hom­ bre en el paraíso. Quiere hablar más bien de su llamada a la alianza y amistad con Dios, a la cual el hombre no corresponde, y peca. Por culpa del hombre su situación actual, miserable, no responde al plan original de Dios. Más que una realidad ya lograda, el paraíso alude a una posibilidad y voca­ ción de la humanidad. Especial atención merece el hecho de que la tradición insiste en la in­ munidad de muerte y concupiscencia como dones privilegiados del primer hombre paradisíaco. Según interpreta Sm tal afirmación podría tener este sentido: la muerte y concupiscencia, tal como ahora las experimenta el hom­ bre, no existían allí; pero no quiere decirse que no sea algo connatural en el hombre ser mortal por naturaleza e inclinado a los bienes sensibles [241]. Así, pues, lo que sigue siendo central en el estado del paraíso es «la voca­ ción sobrenatural para edificar la humanidad en el cuerpo de Cristo y la aptitud sobrenatural que dan la gracia y las virtudes infusas requeridas a este efecto» [ 243 ]. La tesis del monogenismo la tiene Sm por más segura, pero no pertene­ cería a la fe. Puede mantenerse como doctrina teológica adherente al dogma del pecado original, según lo atestiguarían los conocidos textos de la Escri­ tura y la «Humani Generis»; pues el hecho de que la humanidad esté en 2

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