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EL PECADO ORIGINAL. 395 versos ensayos, procuramos suplirla con las referencias bibliográficas lo más amplias posible; tanto en lo relativo al autor que se expone, como respeto a los comentarios que, ocasionalmente, haya podido suscitar. La variedad y dispersión de explicaciones ensayadas nos demanda que busquemos, al final, una síntesis y una tipología, siquiera inicial, de los ensayos más apreciables y de sus motivaciones de fondo. 1. Bajo el impulso de Teilhard de Chardin En el capítulo XI, primero de esta Sección, recogimos numerosos testi­ monios de la influencia del evolucionismo teilhardiano en la problemática nueva surgida en torno al pecado original. Mencionamos ahora algunos teó­ logos que, en forma más decidida y explícita, se han dejado guiar por el pen­ samiento de Teilhard. Influjo perceptible también en otros. Fierre Smulders Partiendo de las sugerencias esparcidas en los escritos teilhardianos, P. Smulders ( = Sm ) abre cauce a sus convicciones personales respecto a la necesaria reformulación de la enseñanza sobre el pecado original4. Para Teilhard «la doctrina del pecado original no sería sino la traduc­ ción de la ley general del pecado que fluye de la imperfección de una huma­ nidad en vías de desarrollo. Conocemos ya su teoría del pecado estadísti­ camente inevitable» [212], Ciertamente, la enseñanza de Teilhard al res­ pecto es muy breve, incompleta, con intención apologética más que doc­ trinal. Se observa en Teilhard la tendencia a identificar el pecado original con «la necesidad universal de la redención y del bautismo que manifiesta la universalidad del pecado» [212], Sm quiere contemplar el pecado original en su contexto más amplio. Ya el mismo Tridentino lo mira en la perspectiva de la justificación y, sobre todo, en el contexto de la redención de Cristo, pues únicamente en una his­ toria de salvación puede tener sentido [213]. Por otra parte, Sm insiste tam­ bién en el punto de partida experimental para estudiar el pecado original. Como decía el Tridentino, «lo que el pecado original es, lo experimenta­ mos más en nosotros por la realidad, de lo que podemos expresar en pala­ bras» [215]. Evitemos dar al tema una orientación demasiado individualista y estática. «Si reponemos la doctrina del pecado original en el cuadro más 4. P. S m u ld ers, La visión de Teilhard de Chardin. Los números que van entre cor­ chetes en el texto se refieren a las pp. de este libro. Breve exposición y comentario a la teoría de Sm en H. d e L a v a le t t e , Bullelin de Théologie Dogmatique, 237-9. J. L. Ruiz d e l a P eñ a , El pecado original. Panorama, 410-3. M . Schm aus, Der Glaube der Kirche, I, 410. K. S chm itz-M oorm an n , Die Erbsiinde, 71-2.

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