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LOS HERMANOS MENORES CAPUCHINOS. 291 bien ha proclamado que todo sacerdote es en primer lugar sacerdote de la Iglesia universal40 en virtud de su gracia al servicio del bien de toda la Igle­ sia41. ¿No podría ser esa la misión peculiar del sacerdocio religioso hoy? Recordar, por su organización y por la estructura misma de su vocación, la necesidad de una apertura a toda la Iglesia y la presencia de la catolicidad a escala diocesana y de unidad pastoral. Es del todo normal que los sacerdotes religiosos acepten cura parroquial de almas o cualquiera otro ministerio dentro de una diócesis o de una uni­ dad pastoral. Pero el hecho de la aceptación de parroquias y de otros mi­ nisterios de forma estable en una iglesia particular se multiplica de tal for­ ma que más de uno se pregunta por esa característica particular de la dis­ ponibilidad de los sacerdotes-religiosos, no ya para la Iglesia universal, sino aun para las obras propias del Instituto que tienen carácter más universal. Dejamos de lado la cuestión de si algunos de los compromisos aceptados por los religiosos en las iglesias locales responden con exceso a la supersensibi- lidad frente a fenómenos, como el regionalismo, que acentúan la necesidad de incorporación e incardinación a la iglesia particular. Unicamente nos pre­ guntamos si no comprometen esas actitudes, en demasía, el ser del sacerdote- religioso, dispuesto, por vocación, a la catolicidad y al servicio universal. Las Iglesias del tercer mundo atraen evangelizadores seculares en número cada día más creciente. Agrupaciones y concentraciones de seminarios y centros docentes de la Iglesia exigen la presencia de sacerdotes cualificados por su virtud y preparación científica que estén dispuestos a trabajar lejos de la propia región. Iniciativas creadoras de tipo pastoral que son respuesta a necesidades más urgentes que las viejas estructuras parroquiales requieren la ayuda personal de sacerdotes y religiosos modernamente bien preparados por su formación cultural y vivencia de la fe. Con demasiada frecuencia la respuesta de los superiores mayores ante esas peticiones de ayuda y coope­ ración entre iglesias suele aludir a la existencia de un cuadro provincial re­ cargado de personal asignado a las parroquias y, consiguientemente, con cier­ to carácter de inamovilidad. Podría ser preocupante para el ser religioso el que, en la mayoría de estos casos, la respuesta sea, además de sincera, verdadera; es decir, que responda a auténticas realidades de distribución de personal. Habría que pensar en evitar, a toda costa que la aceptación de parroquias por los reli­ giosos se haga de forma indiscriminada, tal vez oportunista, sin base a cri­ terios de comunión eclesial, ya que se pone en juego la disponibilidad de la vida religiosa al servicio de la Iglesia universal, disponibilidad de servicio eclesial que el Vaticano II ha querido presentar como un signo renovador para todo el Pueblo de Dios. 40. L um en gentium , 28 y C hrislus D om inu s, 34. 4 1 . L um en gentium , 28.

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