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290 SATURNINO ARA píen con una hermosa y necesaria misión en la Iglesia cuando se prestan a las tareas de la cura parroquial. Pero no podrá dejar de parecer extraño que al mismo tiempo que se tienen palabras laudatorias para la cura parro­ quial en manos de los religiosos, seguidamente y casi como de contrapartida, Superiores y cuantos tratan el tema se sientan con la obligación de dar algún aviso o advertencia a fin de que los religiosos con cura parroquial sean fieles a los compromisos de la vida consagrada. Hemos de confesar que somos los primeros en extrañarnos de esa acti­ tud, pero también las primeras víctimas de esa «celosa» posición. En mu­ chas ocasiones nos hemos interrogado por qué los mismos Superiores y súb­ ditos que alientan y empujan experiencias como el trabajo en fábricas, asis­ tencia a comunidades de base, dedicación a la enseñanza, etc., no se cuestio­ nan los «peligros» que esas experiencias suponen para el modo de ser del religioso y se interrogan sobre la cura parroquial y la identidad religiosa. La actividad pastoral en que se emplea un párroco o coadjutor es una buena meta para todo sacerdote-religioso; la vida de una casa parroquial se presta bien a la vida de oración y convivencia fraterna; los ingresos económicos que se consiguen por el trabajo de la cura parroquial no creo sean una for­ ma de retribución que pueda poner en crisis o quiebra la moderación o so­ briedad de una vida religiosa; la libertad de que gozan párrocos y coadju­ tores pendientes de la asistencia a miles de feligreses no es en modo alguno algo envidiable, etc. Sin embargo, ahí queda en pie el interrogante sobre si se pueden compaginar la vida de cura parroquial con las características propias de la vida religiosa y, en particular, de la vida franciscano-capuchina. Interrogante que se responde de forma afirmativa, aunque haya de ser ma­ tizado con una serie de precisiones que tienden a hacer que la respuesta realmente sea afirmativa. 3.1. La disponibilidad en la vida religiosa Los religiosos deben vivir intensamente el misterio de la Iglesia univer­ sal y reconocerse integrados en el Pueblo de Dios disperso por toda la tierra. En este plano tienen una vocación especial y una nueva disponibilidad den­ tro de la diócesis y de la parroquia. El Concilio ha proclamado que «cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada... pero en cuanto miembros del Colegio Episcopal y como legítimos sucesores de los apóstoles... están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que... contribuye... en gran manera al desarrollo de la Iglesia uni­ versal» 38, y especialmente por las misiones y demás iglesias locales39. Tam- 38. Lumen gentium, 23 y Christus Dominus, 3 y 4. 39. Christus Dominus, 6 y 7.

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