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288 SATURNINO ARA de los templos religiosos y lugares de acogida, donde cumplir con ciertos deberes religiosos, como misas a horas tardías en días festivos y a horas estratégicas en los días de labor; de una confesión y un padre espiritual con quien dialogar tranquilamente y en su momento oportuno, no únicamente con el confesor; de una posibilidad de relacionarse con el grupo que com­ parte sus inquietudes religioso-apostólicas, etc. Otros servicios como la pre­ paración al matrimonio, al bautismo, confirmación y demás actos religiosos familiares y sociales vendrán organizados en un plan más amplio que el es­ trictamente parroquial. Es evidente que todo esto no contribuye a crear o establecer relaciones humanas de grupo o comunidad parroquia!. Pero es exigencia fundamental de una pastoral que quiera responder a la situación del mundo moderno. Adviértase que no se trata de concentrar todas las actividades sobre el territorio de la unidad pastoral. Menos aun de exigir que todas las personas que allí cultivan sus compromisos personales de vida espiritual o de apos­ tolado, se compenetren con el grupo de su pertenencia religiosa para formar comunidad cristiana. Sería ir en contra del hecho urbano. Respecto a la po­ sibilidad de concentrar todas las actividades conviene tener en cuenta el poder de los medios de comunicación social que están por encima de todo monopolio parroquial y diocesano y ofrecen al cristiano criterios de plura­ lismo ideológico eclesial fuera de la unidad pastoral y en un ámbito que es nacional e internacional. Y en cuanto a la conveniencia de terminar en una agrupación con, al menos, criterios colectivos ya que no familiares, habrá que tener muy presente que esos criterios o valoraciones colectivas se tras­ miten por el canal de los grupos primarios a los que el hombre pertenece y esos, en la Iglesia actual, son las comunidades eclesiales de base, de las que nos ocuparemos en el apartado siguiente. La unidad pastoral evitaría la impresión de distanciamiento que produce la intervención en organismos parroquiales y funciones eucarísticas de unos colaboradores que no son repre­ sentativos de los grupos practicantes y menos aún de los asistentes al acto parroquial. El fenómeno se agudiza en los templos y parroquias dirigidos por religiosos de la gran ciudad. Dentro del marco de la unidad pastoral todos se sentirían unidos por un sentimiento de pertenencia a algo propio, de lo con­ trario los colaboradores de los párrocos seculares seguirán siendo los «ami­ gos» y los de los templos de religiosos los «terciarios» y miembros de aso­ ciaciones vinculadas con la Institución y no con el pueblo cristiano en general. Un estudio serio del desarrollo del apostolado de los religiosos desde comienzos de este siglo sería, sin duda ninguna, aleccionador y ayudaría a resolver el problema de la inserción de los mismos en las iglesias locales a lo llama "la más terrible enfermedad” » : M . O la s a g a s ti, Estado de la cuestión de Dios, Madrid 1976, 114-115.

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