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202 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE bélicos y míticos, paralelos a los de otras literaturas orientales. Pero, hay un fondo histórico sustantivo que no se puede negar. Se trata de una historia religiosa que inculca verdades pertenecientes a la salvación a base de hechos reales. Estas verdades serían: Dios hizo al hombre bueno, lo sacó perfecto de sus manos; lo elevó a su amistad sobrenatural y le concedió dones espe­ ciales, particularmente la inmortalidad. No habría que insistir en las condi­ ciones externas en que el hombre primero pudo encontrarse. E l mal que de hecho aflige, tan pesadamente, a la humanidad, viene por culpa del hombre 15. Esta culpa hay que entenderla también en sentido histórico, algo sucedido en tiempo y espacio; si bien en los textos que narran el proceso de la tenta­ ción y caída habría que admitir numerosos elementos simbólicos, míticos, folklóricos que el exegeta ha de determinar caso por caso. Así, pues, en re­ ferencia al tema del «pecado original» que nos ocupa, L. Arnaldich concluye que según la intención del autor sagrado: el hombre primero fue creado por Dios en un estado de elevación sobrenatural, dotado de gracia y otros dones como inmortalidad e integridad. V ivía en excelente amistad con Dios, pero estaba sujeto a prueba. Seducido por el diablo pecó y perdió para sí y sus descendientes aquellos dones preternaturales y sobrenaturales; y atrajo sobre la humanidad todos los males que la aflijen a lo largo de su historia. Se hablaría, incluso, germinalmente, del pecado original en sentido propio, aquél que, proveniente de Adán, es propio de cada hombre al nacer, por influjo del primer hombre 16. Por lo que se refiere a otros posibles testimonios veterotestamentarios sobre el pecado original siempre ha llamado la atención el «espléndido aislamiento» en que queda Gén 3. Duba rle nos decía que no ejerce influjo ninguno hasta la lite­ ratura sapiencial más tardía. Y aquí, lejos de acentuarse la idea del pecado origi­ nal, más bien da la impresión de que se atenúa, pues insisten con gusto en la libertad de cada hombre para escoger el bien o el mal. En cambio, es omnipre­ sente en el A. T. la conv icc ión de la pecam inosidad humana un iversal, profunda, incrustrada en el ser mismo del hombre, en su corazón. Presupuesto doctrinal in­ dispensable para la idea del pecado original cuando aparezca, en su sentido estric­ to, en el N. T. y en la Tradición 17. 15. Id ., E l origen de l mundo, 157-187, espec. 185 ss. 16. Id ., o. c.: Sobre la caída, 223-227. Sobre el pecado originante, 227-236. Ver todo el coment., 189-236. Matizando algo más diríamos que para L . A rna ld ich la situa­ ción de lejanía de Dios es efecto del pecado de Adán. Por eso «sin tener necesariamente una responsabilidad personal en el pecado, todo hombre se encuentra, por su origen, en estado de incomodidad, de anormalidad, ante Dios... Justamente se inserta aquí la en­ señanza eclesiástica del pecado hereditario. Pablo no inventó ni creó el pecado original, al proclamar que todos los descendientes de Adán son solidarios de su pecado, sino que extrajo del texto genesíaco el sentido profundo allí contenido y que flota en todas las páginas del AT .», p. 234. Ver notas Ib ., p. 447. 17. Menor importancia reviste para nosotros la discusión sobre la índole concreta del pecado cometido por los protoparentes. Ver sobre el particular, F. A se n sio , E l p ri-

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