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2 7 0 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Más hacia el interior de la teología fue objeto de serios estudios el te­ ma de la solidaridad de todos los hombres en Adán, en su pecado originante y en sus consecuencias. Ya sabemos que el poligenismo científico parecía oscurecer una verdad básica en toda la historia y economía de salvación: la unidad del género humano y, por ello, su solidaridad en Adán. Era nece­ sario robustecer este flanco. Por otra parte, ya de por sí el tema venía sien­ do considerado como el centro de todo el misterio del pecado original. Es normal que se fijase en él la atención de los estudiosos. El tema de las re­ laciones de Adán con su descendencia venía ya implicado en expresión pau­ lina de los dos Adanes. Así fue estudiado también ahora por algunos. Pero, sobre todo, fue la idea de la solidaridad la que atrajo mayor atención. Los estudios bajo esta expresión lograron, en algunos casos, gran profundidad. Además del motivo polémico contra el poligenismo, ya indicado, pensamos que tuvo su influencia la teología del Cuerpo Místico, muy estudiada por esta década, como consecuencia de la encíclica de Pío XII «Mystici Cor­ poris» (1943). El realismo y profundidad de la unión de todos los hombres en el Segundo Adán, provocó de continuo el estudio de las relaciones con el Primero. La misma cuestión, en lo fundamental, fue estudiada bajo la categoría de la " personalidad corporativa”. Categoría de reciente acuñación, pero de indudable raigambre bíblica en su contendio. Fue una novedad y ofreció una perspectiva muy digna de tenerse en cuenta para esclarecer un aspecto sus­ tantivo en el conjunto de la doctrina sobre el pecado original. A su luz pa­ rece más comprensible que Adán pudiera pecar por todos, que todos sean pecadores en Adán y que el Adán pecador se continúe en cada uno de sus descendientes, según parece exigirlo la enseñanza tradicional: Uno en todos y todos en Uno. Para la Muerte y para la Vida. Por lo demás el pecado original sigue conservando su rango de "dogma básico” dentro del contexto de las verdades de la fe, según lo muestra la variada problemática que sigue agitándose en torno a él; especialmente la estudiada en el último capítulo... Así piensan la mayoría de los teólogos más fieles a la tradición. Sin embargo, los teólogos más sensibles a las nuevas dificultades y a la nueva exégesis tienden a rebajar la importancia de este dogma en varios aspectos. Primeramente en la visible «reducción» que se hace respecto al «estado de justicia original» y a los excepcionales dones recibidos por el primer hombre: reducción alo sustancial y retirada hacia el interior. Adán y su pecado ya no son presentados como el originante exclusivo de los males —dolor, muerte, pecado— que afligen a la humanidad. El pe­ cado que entró en el mundo ya no es sólo aquél primero, sino que se logra una visión más dinámica, histórica, evolutiva del fenómeno del pecado que

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