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E L PECADO ORIGINAL. 2 6 9 c) pecaminosidad que Pablo ve en dependencia de la conducta pecadora de Adán. Sobre estos datos reflexionó la conciencia religiosa cristiana para deducir que todo hombre, al llegar a la existencia se encuentra en muerte espiritual, ante Dios, en pecado. Concretización que Pablo no creyó necesario hacer, pero sí la Tradición. Lo que acabamos de decir podría ser aceptado por los exegetas de tendencia más abierta, como Kuss, Meinera, Lyonnet. En menor grado por Dubarle. Siguen viendo suficientemente explícita y clara la figura del «pecado original» otros co­ mentaristas, como González Ruiz y más aún Cerfaux, Spadafora. En todo caso, la enseñanza sobre el pecado queda a un nivel y categoría muy inferior a la en­ señanza sobre la Gracia de Cristo. 5.—Los estudios realizados sobre el pecado original en la tradición doc­ trinal de la Iglesia nos ofrecen pocas novedades en este período. En Occidente, a partir de Agustín, la enseñanza sobre el pecado origi­ nal se considera tan clara y tan desarrollada, en lo sustancial, que únicamente cabría apreciar un progreso en aspectos marginales. Si bien la teología me­ dieval fue muy varia en este punto, pero sin hacer crítica de fondo. J. Dnns Escoto es el autor que menos encaja dentro del esquema tradicional-agus- tiniano. La tradición oriental, cuya peculiaridad era conocida, no fue estu­ diada en forma monográfica. El concilio de Trento tiene un relieve especial en la tradición sobre el pecado original. Sus cánones recogen y dan solemnidad a la enseñanza secular, fijando el pensamiento católico hasta nuestros días. No fue estudiado en forma expresa, sino en cuanto sus definiciones parecían corroborar la te­ sis del monogenismo y cerrar el paso al poligenismo antropológico. Su au­ toridad era invocada también cuando se veía que los textos bíblicos no pa­ recían tan claros en orden a seguir diciendo que Adán fue creado por Dios en estado de santidad y justicia, con los dones preternaturales y sobrenatu­ rales que tal estado implicaba. 6 .—La reflexión teológica sobre el dogma del pecado original se movió, durante la década historiada, por los cauces de la tradición, con paso inalte­ rado, sin sentirse muy angustiada por las dificultades nuevas. En el aspecto polémico ya hemos visto cómo hubo de defenderse de los ataques del evolucionismo, particularmente cuando se le planteaba la posibilidad del poligenismo antropológico. La presión del evolucionismo an­ tropológico obligó a las rectificaciones ya mencionadas, en relación con la teoría clásica sobre el «estado de justicia original». La moderna ciencia psicológica contribuyó a que los teólogos hiciesen también sus rectificaciones, aunque accidentales, en referencia al concepto teológico de concupiscencia.

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