PS_NyG_1977v024n002p0195_0271

E L PECADO ORIGINAL. 267 12-21 llega a ser explícitamente desarrollado, cuando la plena revelación del Misterio de Cristo, de la Gracia, permita ver mejor la oscuridad del «miste­ rio de la iniquidad». 4.— La enseñanza del N.T. sobre el pecado original. Descartados otros, hay que estudiarla a base de Rm 5, 12-21, texto clásico en la materia. Comenzando por la clasicidad de este texto conviene subrayar el hecho de que, por estos años, se llega a común consenso, de que, no obstante el uso oficial y solemne que hace Trento de esta perícopa, sin embargo, no se ha de pensar que esté definida una determinada exégesis del mismo. Los exe- getas están en franquía para oír lo que texto diga por sí mismo. Por lo de­ más, no íbamos a encontrar en los comentaristas una explicación completa y satisfactoria de este texto dificilísimo, estudiado como casi ningún otro de la Biblia. Recogimos ciertos aspectos que parecen marcar un progreso e iniciar nuevos caminos, incluso cuando no podamos hablar de «resulta­ dos» aceptables para todos. El conocido paralelismo antitético en que se mueve la perícopa hay que magnificarlo a favor de Cristo. Lo que Pablo intenta, ante todo, es exaltar la sobreabundancia de la Vida, de la Gracia de Cristo, la fuerza del Evan­ gelio que es salvación para todos los hombres. Para que se haga compren­ sible el Misterio de Cristo se trae el tema del pecado como ilustración, como trasfondo oscuro que hace necesaria y comprensible la intervención de Cris­ to. La situación de pecado, universal, insuperable, ya había sido propuesta en capítulos anteriores. Lo nuevo ahora es el hecho de ponerla en relación con la persona de Adán. Con ello Pablo hace suya una tradición doctrinal que arranca de Gén 3. Sin embargo, la forma concreta de esa relación que­ da en el aire. Ni interesaba precisarla aquí, mientras quedase seguro que la humanidad entera es pecadora, necesitada de la Salvación. El influjo de Adán en la situación pecadora, mortal y mortífera, de la humanidad, es seguro; pero tampoco se determina. Parece cierto que el Pe­ cado (hamartía) que «entró en el mundo» por la trasgresión de Adán (pa- raptoma) es más bien un Poder, una Fuerza «personalizada»: la Muerte (en sentido más complexivo) que, una vez que el primer hombre le dio entrada en esta tierra nuestra, va extendiendo su dominio mortífero a impulso de nuevos pecados con que los hombres de cada generación se rinden a su po­ der, acrecentando su dominio. Así es como, antes de Cristo, toda la huma­ nidad se encuentra dominada por el tirano Muerte-Pecado. Cuando la Vulgata leía el «en quien todos pecaron» referido a Adán, quedaba muy clara la causalidad de éste, y, por cierto exclusiva, en la situa­ ción universal de pecado. Causalidad que se reiteraba en los vv. siguientes,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz