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E L PECADO ORIGINAL. 265 idea básica en varios momentos importantes de la teología: la unidad de la familia o raza humana, sujeto constante del Mensaje divino de salvación e interlocutor de Dios cuando El habla. Esta unidad (y solidaridad) tiene di­ versas facetas, pero nadie podría negar que tiene una base física, biológica; es decir, es también y necesariamente biológico-física. El hecho de Cristo, hombre de nuestra raza, concorpóreo y consanguíneo nuestro, que tomó nues­ tra carne y nuestra condición confirma la convicción de que también debe­ mos ser consanguíneos de Adán, de su misma raza. Según hemos expuesto esta fue la dificultad peculiar de la década en referencia al dogma del pecado original. Parecía que éste no podría seguir siendo defendido —en el sentido en que lo proponía la Iglesia— si no se aceptaba el monogenismo antropológico y se excluía taxativamente el poli- genismo. Teólogos y exegetas escrutaron las Escrituras, pero no pudieron encontrar en ellas una solución aquietante, a juicio de la mayoría. Cierto, la Biblia se expresa en las categorías mentales del monogenismo; pero se trata de un monogenismo espontáneo, precientífico, del cual el Espíritu Santo y el mismo autor humano, en cuanto hagiógrafo, no asume responsa­ bilidad personal. Entonces ellos se expresaron así; pero no se ve dificultad insuperable para decir que idéntica sustancia de la fe podría, tal vez, expre­ sarse en otras categorías culturales, científico-filosóficas, distintas. Habría que recurrir al Magisterio de la Iglesia que desde siempre y has­ ta hoy mismo, en la «Humani Generis», expresa su fe en esquema mono- genista y no ve forma de expresarla en esquema y presupuesto poligenista: tío se ve, pues, cómo el poligenísmo pueda concillarse con la doctrina cris­ tiana sobre el pecado original, entendido y confesado en su concepto inte­ gral. Según vimos, al finalizar la década del cincuenta, no se había avanzado más allá de esta fórmula. Respecto a la cual los teólogos se alineaban en doble postura: a) No aparece la conciliación, porque objetivamente no la hay. El monogenismo está íntimamente unido al núcleo del dogma, como una verdad «perteneciente a la fe», en cuanto es del todo inseparable de ella, b) Otros interpretan: «no aparece»... por el momento. Pero, ni la cien­ cia ni la teológica tienen todavía un conocimiento acabado sobre poligenis- mo, ni sobre pecado original, ni sobre las relaciones mutuas. Por tanto, por principio, la discusión sigue abierta; la armonización es posible, ya que el monogenismo no es más que una conclusión teológica y por ello sujeta a la caducidad inherente a todo lo que ha elaborado la inteligencia humana. La posibilidad, pues, de llegar a expresar la doctrina del pecado original en es­ quema poligenista queda como una tarea sin cumplir que los teólogos de los años cincuenta entregan a los teólogos de los años sesenta, para que trabajen sobre este tema. La dificultad proveniente del exterior de la teología, del evolucionismo, ya vimos cómo provocó reiterados esfuerzos defensivos, polémicos, tendentes a con

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