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264 ALEJANDRO DE VILLALMONTE ¿Podían los científicos quedar, razonablemente, satisfechos con la solu­ ción ofrecida por los teólogos? Respecto al tema del «origen del hombre» se ha dado ya un paso decisivo, irreversible: no hay conflicto entre la Biblia y la ciencia. Dicen cosas distintas al respecto-, ambos tienen (pueden tener) razón desde su propia perspectiva; y esta perspectiva no es excluyeme sino complementaria en orden a tener una solución total sobre el origen del hom­ bre, visto en toda la complejidad de su ser. Por lo que respecta a la situación o puesto del primer hombre en el cos­ mos y en la historia, ya habría que matizar. Cierto, el evolucionismo, en cuanto saber científico-empírico no se siente a gusto con la solución de los teólogos; pero tampoco puede impugnarla, si quiere ser modesto y exigente consigo mismo. «Nada obsta» a la solución de los teólogos, como «nada obsta» a la solución del científico, según diría el teólogo. Sin embargo, el evolucionismo, en cuanto es también una mentalidad, una filosofía, una con­ cepción del ser y del acontecer universal aceptará la solución de los teó­ logos (la reducción o retirada a lo sustancial), como una solución posible, en perspectiva teológica, pero poco probable en una visión evolutiva del ser, que no puede menos de afectar a la teología. En efecto, una interpretación evolutiva del hombre y de su presencia en la historia del cosmos, en la historia profana y en la historia sagrada hace poco probable que Dios haya querido inaugurar su intervención sobrena­ tural en la Historia de Salvación que quiere protagonizar en el mundo, po­ niendo en la existencia un primer hombre sorprendentemente perfecto a todos los niveles. Más bien parece que, también aquí, el Reino de Dios es semejante a un grano de mostaza, el cual cuando se siembra es el más pequeño de to­ das las simientes, pero luego se hace un gran árbol. Mejor leída la Biblia, parece que la intervención de Dios en la historia sigue una línea progresiva, ascendente que va desde lo más imperfecto hacia lo más perfecto; en con­ sonancia con la historicidad y perfectibilidad del hombre —sujeto de la his­ toria— hasta culminar en lo más perfecto, que está no al principio, como un ejemplar a repetir, sino al final, como tarea a cumplir. 2 .— El poligenismo antropológico surgió del evolucionismo apenas éste fue llevado a sus lógicas consecuencias. En perspectiva científica se presen­ taba como inevitable. Por lo que respecta a ¡a teología, viene a reasumir e intensificar las dificultades presentadas por el evolucionismo. Estas son ahora más inmediatas y preocupantes, porque se acercan al núcleo mismo de las afirmaciones dogmáticas sobre el pecado original. En efecto, la dificultad de admitir el «estado de santidad y justicia origi­ nal» sube de grado. El pecado original no podía explicarlo la Tradición sino como consecuencia del «pecado originante», uno por su origen, cometido por la única pareja inicial de la especie humana. Además, la pluralidad de Adanes —protoparentes del género humano— oscure y pone en peligro una

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