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E L PECADO ORIGINAL. 263 bre toda la «teología de Adán», primer hombre, surgido en la existencia por inmediata, maravillosa intervención de Dios; sin contexto en la historia na­ tural, en forma súbita, dotado de las más excelentes perfecciones naturales y sobrenaturales. La «teología de Adán» es un presupuesto sin el cual el hecho específico del pecado original nunca fue propuesto por la Iglesia. Ahora bien, el evolucionismo, por razón de la antropogénesis que expresa­ mente proponía y por la mentalidad general que implicaba, era, obviamente y de primera impresión, inconciliable con esta figura del Adán «homo sa­ piens» perfectísimo, en quien se decide el futuro de la humanidad. Los teólogos vieron la dificultad de armonizar los datos de la ciencia con la narración bíblica, acrecida con aportaciones de la reflexión cristiana pos­ terior. Un primer paso en la superación positiva y fecunda de la dificultad consistió en reconocer y aceptar la diversa perspectiva en que se mueven la Biblia y la ciencia. La Biblia se refiere al origen del hombre desde una perspectiva trascendente, quiere dejar claras las relaciones del hombre con el Dios creador y salvador que hace al hombre a su imagen, para que sea su partícipe en la Alianza y en orden a un destino sobrenatural. No se preocu­ pa el hagiógrafo, en cuanto tal, del modo concreto cómo el hombre viene a la existencia y da sus primeros pasos en la historia. Pero, éste es precisamen­ te el aspecto que quiere investigar la ciencia: quiere dar una explicación causal, basada en la experiencia, sobre el modo concreto cómo aparece el hombre en el proceso evolutivo de la naturaleza. En este aspecto la Biblia lo ignora todo; o, si se prefiere, utiliza la sabiduría popular, folklórica y mítica, de los otros pueblos sus convecinos; sabiduría que no puede resis­ tir la más elemental crítica de la ciencia empírica positiva. Como resultado de las discusiones habidas, los teólogos iniciaron una prudente «retirada hacia el interior» para mantener la sustancia de la fe, dando por perdidos varios elementos secundarios, periféricos. Así, la fron­ dosa «teología adánica» fue recortada: se deja caer todo lo referente al entorno vital paradisíaco; se da menor importancia y certeza a ciertos «pri­ vilegios» del hombre primero. Este pudo muy bien ser un primitivo, un subdesarrollado, en cuanto a su haber cultural e incluso en su morfología; pero dotado de riqueza espiritual y gracia interior que le colocaba en amis­ tad con Dios, y, por otra parte, en la plena posesión de sus facultades o al menos las suficientes para cometer el primer pecado «privilegiado» que causó la ruina de la humanidad subsiguiente. Acerca de este núcleo sustantivo del dogma, la ciencia, por su misma naturaleza, nada podría decir. Podía dejar la responsabilidad de tal afirmación a otro saber humano, la teología. Na­ turalmente, la historicidad de Adán, de su estado de elevación y de su caída no ofrecieron dudas serias a los teólogos de la época; no obstante las per­ sistentes negaciones de los «racionalistas» y de la exégesis «liberal».

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