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2 6 2 ALEJANDRO DE VILLALMONTE su formulación, y en su contenido específico, por un número creciente de teólogos. La importancia del hecho podemos medirla si tenemos en cuenta: 1) Que la creencia en el pecado original está complicada con todo un sistema o constelación de verdades de fe, pertenecientes a la doctrina de Dios creador, de la Cristología y Soteriología, de la Mariología y concepción teológica del hombre, de la Eclesiología. Son conocidas, además, las com plicaciones que la doctrina del pecado original y sus consecuencias tenían dentro de la moral cristiana y de la espiritualidad. Tampoco es desdeñable el impacto que tal doctrina ha tenido en toda la cultura occidental, impreg nada de ideas cristianas: en la reflexión filosófico-antropológica, en la filo sofía y teología de la historia, en el arte, en la visión del mundo y del hom bre en el mundo. Incluso en el caso, como en los últimos siglos, en que esas ideas iban siendo progresivamente contestadas. Esto en cuanto al contenido que diríamos material del problema. 2) Hay también otro aspecto que llamaríamos formal: la existencia del pecado original —con las verdades concomitantes ya conocidas— se afirma ba fiados en la Palabra de Dios y en la autoridad doctrinal de la Iglesia, solemnemente interpuesta a favor de esta verdad. Y ahora resultaría que la Comunidad de los creyentes, durante siglos, no había entendido bien ni la Palabra de Dios ni la Palabra de la Iglesia. 3) Por último, el paso de la afirmación dogmática a la duda y negación se ha realizado en forma del todo suave, con naturalidad, sin las convulsio nes que, en otros tiempos, tenían lugar cuando se negaba o se oscurecía la realidad de un dogma. Como si éste del pecado original fuese ahora un an ciano que, cumplido el curso de sus días, por ley de vida — según decimos cuando alguien muere— entra plácidamente en el ocaso de su existencia. Bajo diversos puntos de vista pensamos que esto que le ha acontecido al dogma del pecado original es un «caso serio» dentro de la teología católica, en esta segunda mitad del siglo xx. La singularidad de este acontecimiento teológico, nos ha movido a inves tigar las causas que lo han provocado y los caminos por los que se ha lle gado a la situación final. Hacemos una pausa en nuestro viaje para ofrecer los resultados de la primera etapa. 1. —El evolucionismo científico-filosófico. A partir de 1950, obra como revulsivo de la creencia tradicional: en torno a él se centran las objeciones más nuevas, peligrosas y serias. Cierto, la objeción venía puesta desde ha cía casi un siglo, pero era poco atendida por la teología católica. Cuando la «Humani Generis» recoge la objeción le confiere nuevo rango y prestigio y hace que sobre ella se concentre el estudio de los teólogos. El evolucionismo afectaba al dogma del pecado original en forma real, pero indirecta, externa, un poco lejana: en cuanto sugería serias dudas so
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