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E L PECADO ORIGINAL. 257 do el hombre llega a la vida moral y, en lugar de tomar una opción funda­ mental por Dios, como debería, se encuentra imposibilitado para hacerlo y peca personalmente. Esta incapacidad viene de la caída de Adán, que tras­ mite una naturaleza-voluntad verdaderamente herida e incapacitada para aquel amor a Dios y para evitar el pecado. La concupiscencia sería obstáculo menor, en cuanto inclina al hombre, egoístamente, a su propio bien. El es­ tado de pecado original consiste, pues, en la carencia de justicia original como elemento formal y en la concupiscencia como elemento material. Pero dinámicamente se manifiesta en la imposibilidad de amar a Dios sobre to­ das las cosas77. La determinación de la esencia del pecado original la ve P. de Alcántara en dependencia de la solución que se dé a estos cuatro problemas: volun­ tariedad, trasmisión de la justicia original, trasmisión del original mismo y solidaridad de los hombres en Adán. La voluntariedad no es, en modo al­ guno, personal, ni por pacto jurídico, ni por ninguna interpretación, sino que hay que afirmarla porque «procede de un acto voluntario, el de Adán y que se trata de una culpa en sentido analógico» 78. La justicia original no es don concedido a la naturaleza abstracta, realidad inexistente, sino a cada persona humana, pero —por disposición divina— en dependencia de Adán. Porque éste pecó, ahora Dios no la concede al ser engendrado cada hombre. En cuanto a la generación, hay que rechazar toda teoría de infección de la carne y similares. La generación es mera condición para que exista un ser humano, a quien Dios niega la gracia, por mor del pecado de Adán79. La solidaridad ha de ser de orden físico, generacional, necesario; pero también sobrenatural y dependiente de la libre determinación de Dios. Cristo no contrajo el original por que no estaba vinculado a Adán por generación na­ tural; María no lo contrajo porque Dios había determinado darle la gracia no en dependencia de Adán, sino de Cristo 80. La aplicación del concepto de «pecado» en sentido propio y estricto al «original» siempre ha ofrecido serias dificultades. La tradición occidental no ha tenido inconveniente en aplicar esta denominación a la situación en que todo hombre llega a este mundo. J. S. Sagüés estudia la cuestión desde un punto de vista histórico hasta culminar en el Tridentino, que lo afirma de forma tan explícita. Reconoce que los orientales no usan esta terminología; pero, piensa que en el fondo confiesan, con los occidentales, un mismo dogma. 77. M. Flick, II stato de peccato origínale, 299-309 ; espec. 301-304 s., 309. El autor no elimina los otros componentes de este estado de pecado, pero se fija en el aspecto dinámico del mismo en orden a la vida concreta. 78. P edro de A lcántara , Esencia y transmisión del pecado original, 130. 79. L. c., 130-4. 80. L. c„ 134 s. 5

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