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256 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Finalmente este concepto de concupiscencia, vista a la luz de la psico­ logía moderna, explica mejor el carácter de misterio que acompaña al pe­ cado original. Porque, este radical egoísmo humano, que rehuye tan enér­ gica y tenazmente la personal llamada de Dios para que el hombre se abra hacia El, apenas puede explicarse sino es como una enfermedad innata del espíritu. Ya Agustín habla del pecado original como de una «mórbida qua- litas - corruptio - vitium», del espíritu. Stoeckle le llamaría una «anorma­ lidad espiritual» hereditaria, una tara que viene desde el principio. En efec­ to, parece incompatible con la bondad del Dios Creador el que semejante «deformidad» o tara sea inherente a la naturaleza humana como tal. Por eso se hace inevitable pensar en un positivo empeoramiento de la naturaleza humana sobrevenido al hombre desde el principioy todo a lo largo de su historia. Observamos en la historia concreta de la humanidad un exceso de maldad moral y de perversión, que no se explica bien en un estado de natu­ raleza pura y simple, sino que habrá que pensar en una «desviación» y detor­ sión de las fuerzas apetitivas de todo el hombre, de la concupiscencia, provo­ cada por el pecado originario de Adán76. El estudio de B. Stoeckle reafirma el conceptomás positivo y aceptable de concupiscencia que ya se iba imponiendo en teología desde hacía años. Suin­ tento de ponerle en contacto con los análisis de la psicología profunda es razo­ nable. Sin embargo, cuando nos habla de que la psicología profunda y luego la teología descubren en el hombre una situación anormal y exacerbada de perversi­ dad, una radical, patológica tendencia egocéntrica que sería rastro para sospechar y aun afirmar la existencia de una «caída originaria» de la humanidad, en todo esto nosotros ya no aceptaríamos el modo de razonar del autor. Que los pecados personales, reiterados, en sucesivas generaciones humanas, puedan engendrar taras morales y aun psicológicas puede, por principio, admitirse. Pero, hablar de un pecado originario, que tuviese «privilegiada» influencia para el mal, habrá que discutirlo mucho más. D.— La esencia del pecado original. Aunque todos los estudios anteriores pudieran calificarse como un inten­ to por captar la esencia del pecado original, bajo diversos puntos de vista, todavía mencionamos algún otro que se propone esta tarea en forma más directa y explícita. Así M. Flick ve la esencia del pecado original en la incapacidad de amar a Dios sobre todas las cosas, ni siquiera con amor natural. Y esto ya antes de cualquier decisión personal. Esta incapacidad radical se actúa cuan­ 76. O. c., 156-7.

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