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E L PECADO ORIGINAL. 255 eran dominadas por la voluntad para sus propios fines: para su entrega total al servicio de Dios. La postura antigua que negaba tal espontaneidad de los apetitos, corría el peligro o bien de admitir un cambio sustancial (co rrupción sustancial) en el hombre a consecuencia del pecado; o bien que, al pecar, se desataron nuevas apetencias que antes no existían. Unicamente Duns Escoto propone la idea de que el estado paradisíaco Adán tenía las pasiones espontáneas, connaturales, propias de la vida sensitiva antecedentes al imperio de la voluntad, aunque luego fuesen controladas por ella. Sólo así se explica que Adán pudiera ser tentado, pecar venial y mortalmente y que su pecado pudiera tener complicaciones con la sensualidad como opi nan ciertos exegetas modernos comentando Gén 3 73. Este concepto de concupiscencia ayudaría a una mejor explicación de la concupiscencia poslapsaria, la que tiene a la vista el Tridentino, la que «pro viene del pecado e inclina al pecado». En efecto, la concupiscencia no hay que concebirla como una fuerza natural impulsora al mal. El pecado, sea original sea personal, no radica en la nauiraleza sensible del hombre, sino en la libertad, en lo íntimo de la persona, en el corazón. Con esto se subraya esta concupiscencia como «una fuerza personal enemiga de Dios, que busca aferrarse al yo, sin dejar paso a la abertura al Tú divino»74. Al mismo tiem po favorecemos una visión más personalista del pecado original; que ya no sería resultado de una fuerza de la naturaleza, sino una defección del espíritu. Es sabido que la psicología moderna ve el origen de todas las neurosis y de todas las enfermedades psicosimáticas en la no-superación positiva de la lucha entre las tendencias egoístas-narcisistas y las tendencias altruistas- trascendentes, en el quedarse el hombre aferrado y preso de su propio yo. El egoísmo reconcentrado sería el origen de todas las enfermedades psíquicas, la enfermedad radical de la que adolecen, en algún grado, todos los hom bres. Con esta afirmación entramos en contacto con una afirmación de la teología desde tiempos de Agustín: el pecado original es fruto del egoísmo radical, del amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios y lleva a este egoís mo radical: cor recurvum, animus in se incurvatus. La psicología ve en el egoísmo radical una tendencia de muerte; ya que el sujeto siente por ello una angustia existencial, un constante impulso hacia abajo, hacia lo nega tivo; un retorcerse sobre sí mismo en vez de abrirse a la trascendencia y sentirse así liberado. El pecado original provoca, pues, en el hombre el egoís mo radical, como consecuencia de haberse desligado de Dios; rotura que le lleva siempre a mayor concentración narcisista en sí mismo, en su cuerpo, en sus bienes: a vivir desde sí mismo como «carne» y no según el espíritu75. 73. O.c.:Ensayo de una teoría sobre el estado de justicia original, 148-51. 74. O.c., 156. Ver 155-7. 75. O.c., 156 ss., 120-25 ss.
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