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2 5 4 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Esta prevención contra lo sensible, espontáneo, pasional, y sobre todo el fijar lo pecaminoso precisamente en lo material, estaría poco conforme con el pensa miento bíblico, donde no hay tal prevención contra la materia y donde el pecado tiene su asiento en todo el hombre no en el cuerpo, e incluso más bien a partir de lo íntimo, del corazón. Por otra parte, reconoce Stoeckle que los teólogos «es pirituales» siempre tuvieron muy presente la existencia de una concupiscencia espiritual71. Así pues, la concupiscencia hay que concebirla como la expresión de todas las fuerzas apetitivas, connaturales, espontáneas del hombre, visto éste en su unidad psico-somàtica. Es falsa la idea antigua —compartida a veces por los pensadores cristianos— que considera la vida irracional, pre-racional y espontánea como una imperfección, en el fondo, de la naturaleza humana. No, las pasiones, los impulsos de la sensibilidad y de la voluntad a su bien natural, no son necesariamente y siempre, una amenaza ni menos una humillación para la decisión libre de la voluntad. La psicología profunda y la filosofía personalista-existencialista modernas con firmarían este punto de vista. Ellas han descubierto en el hombre una radical ten dencia egoísta-narcisista-libidinosa hacia su propia conservación, un constitutivo amor a sí mismo. Pero, también han visto una abertura o impulso a la trascen dencia, a la alteridad, al tú, a la superación del egoísmo. ¿De dónde nace está la raíz de esta división y tensión en el hombre? Viejo tema del pensar humano. Es seguro, en todo caso, que tal tensión entre egoísmo-trascendencia no hay que igualarla con la tensión entre la parte inferior y la parte superior: pervade todo el hombre en cuanto realidad unitaria psico-somática; es algo connatural, indis pensable para que el hombre perviva y se desarrolle, en medio de la naturaleza y de la sociedad72. Basado en estas reflexiones se plantea Stoeckle la pregunta de si la pre sencia de un inconsciente dinámico, de tendencias instintivas sensibles es propio sólo del hombre caído, o ha}' que admitir que los apetitos y deseos son inherentes a la naturaleza humana como tal y, por tanto, presentes tam bién en el estado de justicia original. Son conocidos los rasgos de espiritua- lismo exacerbado con que la teología tradicional describe al Adán paradisía co. Sin embargo, un hombre histórico, en el período de existencia terrenal, no podía menos de poseer en todo su vigor todas las tendencias y apetitos vitales, espontáneos, todo lo que llamamos «pasiones antecedentes», los mo vimientos de la parte sensitiva hacia su propio bien; sin que este movimien to hubiese de esperar a ser impulsado por la voluntad y sólo bajo su mando se pusiesen en marcha. Lo que sí se incluía en el don de integridad era que, si bien las pasiones surgían según su espontaneidad natural, sin embargo, rica del tema de la concupiscencia, 49-93; resumen, 73-5, 92-2; para someterla luego a crítica, tanto desde el punto de vista teológico (95-110) como a la luz de la psicología moderna (112-145); resumen, 144-5. 71. O. c., 97 ss., 108-110, 160-65, 197 s. 72. O. c., Hallazgos de lapsicologíamoderna, 110-46.
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