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E L PECADO ORIGINAL. 253 como la dimensión apetitiva de todo su ser. Por ello en don de integridad de que habla la teología no podía significar carencia en el hombre de ape­ tencias. El hombre «íntegro» no sería menos sensible, ni más «espiritual», en sentido platonizante del término. El don se le dio para dominar libre y personalmente toda su energía anímica en orden al bien, sin que la «concu­ piscencia» se lo impidiese. Por ello podía también pecar. Y cuando de hecho lo hizo su naturaleza quedó completamente libre para oponerse a la decisión personal, sin que ésta pudiera controlarla totalmente. El don de integridad favorecía la tendencia natural de la persona a dominar la naturaleza, aun­ que lo hacía de un modo indebido, más allá de la exigencia humana, pero en dirección de lo humano68. Determinando un poco más el sentido de aquel don de integridad y de su carencia actual, dentro de la economía de salvación, K. Rahner insiste en que la integridad era una consecuencia connatural de la gracia, de la cual es manifesta­ ción y reflejo, según propugna la tradición teológica ya desde antiguo. Pero, al mismo tiempo, la ausencia de aquel don podría, en cierto sentido, ser percibida, en la experiencia del hombre, llamado al fin sobrenatural y como determinado existencialmente por esa llamada. Alude al argumento experimental de Agustín, Buenaventura, Pascal y otros: como si pudiésemos naturalmente detectar cierto desorden exagerado en la «concupiscencia» humana, que nos hiciese pensar en un fallo originario al comienzo de la historia69. Este mismo tema de la concupiscencia fue objeto de un estudio amplio y documentado en perspectiva histórica-sistemática, por parte de B. Stoeckle. El autor encuentra que la concepción tradicional está demasiado influida por el intelectualismo griego, por su dualismo antropológico donde lo sen­ sible y pasional es visto como una imperfección y carga para el espíritu; como peligro para la vida razonable y raíz de lo pecaminoso en el hombre. Influencia que se manifestó, sobre todo, al querer explicar la situación de Adán en el paraíso y las consecuencias que el pecado primero ocasionó en la humanidad70. 68 . L. c., 402-7. 69. L. c., 407-16. La contraposición persona-naturaleza no la entiende Rahner en el sentido de la teología escolástica, sino que la toma de cierta filosofía idealista y exis- tencial. Por ello es dudoso que pueda superar aquel dualismo y espiritualismo extre­ moso que quería evitar. El recurso al «existencial sobrenatural» podría parecer a mu­ chos un intento de aclarar lo oscuro por algo más oscuro todavía y, en realidad, arbi­ trariamente traído para este caso. Pensar, por fin, que el hecho de la caída originaria podría ser descubierto por el análisis de la existencia angustiada y miserable del hom­ bre histórico, es una pretensión que siempre ha resultado vana: en san Agustín, en Pascal y ahora en K. Rahner. 70. B. S toeckle , Die Lehre von der erbsündlichen Konkupiszenz, expone en primer término la enseñanza tradicional, 1-49, espec. 42-49; hace luego una descripción histó-

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