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252 ALEJANDRO DE VILLALMONTE del don de inmortalidad algo debido a la naturaleza en el estado de ino­ cencia 63. 3.— Reflexión teológica sobre la concupiscencia. El progreso en la psi­ cología y antropología modernas ayudó por estos años a perfilar ciertos as­ pectos del don de integridad y del concepto de concupiscencia relacionado con él. Así, K. Rahner recoge ideas que ya se iban haciendo comunes e in­ siste en que la concupiscencia hay que entenderla como manifestación de las fuerzas apetitivas que hay en el hombre integral, compuesto de cuerpo-alma, materia-espíritu. Hay, pues, apetitos espirituales como los hay sensibles; es decir, en perspectiva teológica (de teología dogmática) la concupiscencia lo mismo es sensible que espiritual. Fijar la concupiscencia en lo sensible-ma­ terial y verlo como inferior sólo pudo tener lugar en una visión excesiva­ mente dualista del ser humano M. Así, pues, el teólogo debe ver la concupiscencia como la tendencia es­ pontánea de cada facultad humana hacia el bien que le es propio. Tal ape­ tecer es connatural, inseparable del ser humano y puede preceder a las ten­ dencias de la voluntad libre. Ahora bien, el hombre como ser personal y libre debe disponer de sí mismo en orden a conseguir su propia perfección. No siempre es así. «La persona no reasume nunca toda su naturaleza»to. Sólo Dios puede hacerlo. En el ser finito la persona no alcanza nunca com­ pletamente ni se hace cargo, para dirigirlo, de todo lo espontáneo que existe en el hombre. Pero, la persona no tiene por qué suprimir, ni muchas veces puede, todo lo que brota en la naturaleza. En el hombre hay mucho que per­ manece en cierto modo impersonal, impenetrable, incontrolable para la de­ cisión personal 66. De esta forma la concupiscencia supone la distinción entre materia y espíritu, pero no se identifica con ella. «La concupiscencia consiste, esencial­ mente, en que el hombre en el orden actual no supera, mediante su decisión libre, el dualismo entre lo que él es —previamente a su decisión existen- cial— como naturaleza, y lo que deviene como persona por esta decisión» 67. La concupiscencia no puede calificarse de mala o desordenada. Es ambi­ valente, resultado connatural de la estructura metafísica del hombre. Sería 63. De relatione inter peccatum et mortem, 203-6. Otras cuestiones sobre la rela­ ción interna o externa entre el pecado y la muerte, o sobre la influencia del pecado ori­ ginante y del originado en la muerte que cada uno sufre, son cuestiones menores que en nada afectan a la doctrina general expuesta. Lo mismo digamos de la aplicación de esta doctrina a esclarecer el verdadero motivo de la muerte de la V. María, no obstante estar inmune del pecado original. 64. K. R ahner , Sobre el concepto teológico de concupiscencia, 382-90: Apuntes crí­ ticos en torno al concepto hoy usual de concupiscencia. 65. L. c„ 395. Ver392-401. 66 . L. c„ 397-402. 67. L. c., 402.

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