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E L PECADO ORIGINAL. 2 5 1 2.— El don de la inmortalidad corporal. Fue en la antigüedad el más lla­ mativo y el que caracterizaba toda aquella situación primera de la humani­ dad. Así lo ve el concilio Cartaginense. Entre los Padres Griegos el don de inmortalidad (atbanasía) era entendido en su sentido más amplio, como par­ ticipación en lo divino por antonomasia: la inmortalidad-, y esto tanto en la inmortalidad del alma como la del cuerpo, la natural y la gratuita-sobrena- tural y eterna. También el Tridentino presupone que Adán inocente poseía este don. Un motivo externo a la problemática del pecado original dio origen, por estos años, a un documentado estudio sobre el tema. La Mariologia, tan floreciente en estos años, con ocasión de la definición del dogma de la asun­ ción corporal de María, llegó a discutir si la muerte habría afectado a la Madre del Señor y por qué motivos, ya que Ella no tuvo pecado original, causa —al parecer única— de que los hombres mueran, en la actual historia de salvación. Dejando de lado las aplicaciones al caso de María, recogemos la doctrina general que B. Kloppenburg propone sobre las relaciones entre el pecado y la muerte y, por tanto, sobre el contenido del don de inmortalidad concedido al primer hombre. B. Kloppenburg confiesa que su investigación no ofrece nada nuevo; pero, ciertamente hace una historia documentada sobre el pro­ blema, desde que aparece en tiempo de la disputa pelagiana-agustiniana hasta nuestros días, en que, por los motivos indicados, vuelve a discutirse. Resumiendo las conclusiones del autor, tenemos-, se confirma la opinión común que califica de herejía la opinión pelagiana conocida y rechazada por el Cartaginense el año 418. Es decir, hay que admitir la dependencia entre el pecado y la muerte, tanto en Adán como en nosotros. Adán, pues, no mu­ rió por necesidad natural, sino por razón del pecado, ya que Adán, antes de pecar tuvo, de hecho y no como mera promesa "la posibilidad-de-no-morir” y el derecho a la imposibilidad de morir, según terminología de San Agus­ tín, reiterada por la tradición. Julián de Eclano, en polémica contra San Agustín, parece llegó a conceder que los hombres mueren como castigo del pecado de Adán, pero no porque ellos hayan contraído el pecado del primer padre. Esta doctrina ha sido rechazada por los Padres y por la Iglesia, pues sería hacer injusto a Dios. Por consiguiente, el motivo de que cada hombre personalmente muera es el pecado de alguna manera doble: el pecado ori­ ginante de Adán que perdió el don de la naturaleza originaria, y el pecado original contraído por cada uno al nacer. Por tanto, la muerte es castigo del pecado de Adán y del de cada uno en particular, es decir, de aquel pecado original que es propio de cada uno. También insiste B. Kloppenburg en el alcance de la condenación, por el Magisterio, de la tesis de Bayo, que hacía

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