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E L PECADO ORIGINAL. 239 la humanidad una nueva savia por la que se pueda elevar hasta Dios. Su acción capital limita fundamentalmente con la naturaleza caída para desembocar en la misma naturaleza, no prescinde de la doble solidaridad adamítica, sino que la implica y utiliza sus posibilidades para elevarlas a un plano superior. La obra de Cristo es así un nuevo gesto adamítico y El un nuevo y segundo Adán. Y así la misma humanidad es en Adán un solo hombre, como en Cristo es un solo cuerpo, por quienes son constituidos pecadores y justos (Rtn 5, 29). La solidaridad de ambos ha de explicarse por razones formalmente distintas en cada una de las partes de ambos organismos metafóricos: la humanidad es en Adán una natura­ leza mística y es en Cristo una persona mística, por lo que Cristo se comunica personalmente y en El estamos y pertenecemos como personas, así como Adán se comunica naturalmente y nos relacionamos con él, porque recibimos la naturaleza que subsiste y se recibe en una persona, que es el término de la generación «por naturaleza éramos hijos de ira como los demás; pero Dios — por su inmensa cari­ dad — nos vivificó en Cristo» (Ef 2, 3-6 ) 28. 3.— Relación Adán-humanidad mediante la idea de la "personalidad cor­ porativa”. Al estudiar el dogma del pecado original en el paralelismo Adán- Cristo lo hacemos bajo una expresión bíblica. Cuando hablamos de la solida­ ridad de los hombres en Adán-Cristo utilizamos categorías teológicas de apa­ rición más tardía en la tradición. Si ahora estudiamos el mismo problema bajo la fórmula «personalidad corporativa» utilizamos una expresión que, verbalmente no se encuentra en la Biblia, pero que nos pone en con­ tacto con una idea que, según sus cultivadores, impregna toda la Biblia. Ade­ más, tiene el atractivo de la novedad, ya que los intentos de expresar las relaciones Adán-humanidad bajo la fórmula de «personalidad corporativa» cobran importancia en este período y en los años siguientes. Aunque no se hace en él aplicación directa a la cuestión del pecado original creemos de interés mencionar un libro de F. Spadafora, publicado por estos años, sobre el problema del colectivismo e individualismo en el A.T. Parece hay un consensus general en admitir que la cultura greco-romana se funda sobre un indi­ vidualismo radical en política, derecho, religión y otras expresiones culturales. Por su parte, para el hombre semita, el hebreo de la Biblia, lo sustantivo sería el clan- tribu-pueblo: la colectividad. Esta es un organismo vivo cuya raíz es el padre común. Esta orientación sería prevalente, al menos, en los primeros siglos del A.T. Si bien Spadafora cree indispensable mitigar las afirmaciones de otros investigado­ res, propensos a un colectivismo que anularía la presencia y actividad de la per­ sona, sumergiéndola en el grupo. Para ello habría que corregir estos excesos me­ diante la idea de la solidaridad, la cual llena todo el A.T. y se prolonga en el N.T. Esta solidaridad hay que verla fundamentada en el hecho físico de tener una misma carne y una misma sangre, tener un mismo padre, ser de una misma tribu o familia. Tener una misma sangre es tener unidad de vida. Pero, como la vida viene de Dios, ya aquí mismo —en la comunidad de sangre— se apunta a un 28. L. c„ 220-21.

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