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210 ALEJANDRO DE V ILLALM ONTE Adán (el in quo de la Vulgata es ya insostenible) y mejor que la interpreta­ ción causal porque 41. Sin embargo, el «pecaron-hemarton» no habría que re­ ferirlo a los pecados personales, ni siquiera como con-causa, a estilo de Lyon- net. Ni sería ese el pensamiento de los Padres Griegos. Más bien se trata de que, por el pecado de Adán, se constituyen todos pecadores; es decir, en situación o estado de pecado, de corrupción moral, según habla San Cirilo. Un pecado universal previo a los pecados personales y que es una provoca­ ción para estos. Todos hemos contraído un pecado de naturaleza «peccatum naturae», estamos en un estado de pecado contraído en solidaridad con Adán cabeza de la humanidad. Luego, vendrán los pecados personales 42. Resumiendo sus ideas sobre Rm 5, 12-21 dice González Ruiz: A l prin­ cipio de la existencia humana hubo un pecado o transgresión voluntaria que sirvió de puerta para la entrada del pecado en el mundo. Cuando en toda la perícopa habla Pablo de «el Pecado» no se refiere a la transgresión concreta de Adán, que originó el estado actual de la humanidad pecadora, sino a una especie de fuerza personificada, que se presenta como raíz y universalización de todo aquello que supone ruptura de la amistad divina. Una vez introdu­ cido el Pecado, entró, como consecuencia de él, la «Muerte». La relación de ambos poderes es tan íntima que, mientras hubo muerte había también pecado, es decir, en toda la historia humana sin excepción, incluso en el tiempo anterior a la Ley. «Esto quiere decir que la transgresión de Adán hizo que automáticamente todos los hombres que de él nacieran estuvieran, desde el principio de su existencia, bajo el dominio de el Pecado. Por consiguiente, el pecado que todos han cometido y que los induce a la muerte no es precisa­ mente el pecado personal, ya que por hipóstasis a este no se le ha conminado con la muerte, sino una especie de derivación de la primera transgresión de Adán que de una manera misteriosa, pero real, pasa a contagiar a toda la hu­ manidad» 43. Según le parece al autor el dogma del pecado original conocido en la T ra­ dición estaría bastante claro en Pablo. «Así, pues, San Pablo afirma la exis­ tencia de un estado congènito de pecado — de verdadero pecado— al margen de los pecados personales, ya que estos no necesariamente incurren en muerte. Este estado se debe a la transgresión voluntaria del primer hombre» 44. E l paralelismo antitético entre Adán y Cristo, la acción de uno y Otro — mantenido durante toda la perícopa— sirve para ilustrar la acción de Adán. Este «constituye pecadores» a los hombres como Cristo los constituye justos. Parece que «de Adán pecador mana una corriente mortífera que inficiona a la humanidad, independientemente de la colaboración de la libertad individual». 41. L. c„ 169-71. 42. L. c., 170-72. 43. L. c., 178-9. 44. L. c„ 180.

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