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112 EDUARDO MALVIDO Tanto se identifica en Unamuno lo específico de Dios con la inmortali dad, que a veces la palabra «D ios» la usa como sinónimo del sustantivo «eternización», prescindiendo en la primera de todo contenido característico de un nombre de persona. Así dice en un pasaje Del sentimiento trágico de la vida: « E l trabajar cada uno en su propio oficio civil, puesta la vista en D ios, por amor a Dios, lo que vale decir por amor a nuestra eternización, es hacer de ese trabajo una obra religiosa»7. Digamos, finalmente, que el concepto que Unamuno tiene de Dios, Dios como el inmortal inmortalizador, armoniza perfectamente con otros puntos básicos de su pensamiento y vida. Por ejemplo, se observa un claroscuro si métrico entre el concepto unamuniano del hombre de carne y hueso, del hom bre que sobre todo muere, con ese concepto de Dios que, en contraste con lo que el hombre de carne y hueso es, le ofrece la posibilidad de ser lo que más quiere ser, esto es, inmortal. También hallamos correspondencia entre el concepto unamuniano acer ca de la religión y el que tiene sobre Dios. E l anhelo de la inmortalidad cons tituye el concepto de la re lig ión8, lo que ocurre asimismo en el concepto de Dios. Por esto es lo mismo que se haga consistir la esencia de la religión en ese anhelo de eternización o en el concepto de Dios. «No se da el uno sin el otro, y es porque en el fondo los dos son una sola y misma cosa»9. Podría verse una tercera correspondencia entre este concepto de Dios y la crisis personal de Unamuno en 1897. En su experiencia de muerte, de anonadamiento, cuando sintió posarse sobre él las alas frías y negras del ángel de la nada, ¿no se le hizo Dios presente como el inmortal inmortaliza dor? En esa experiencia, ¿cabía otra representación de Dios más imperiosa, más dominante? Unamuno estaba convencido de que el Dios del hombre se revela en este contexto de muerte y de ansias de sobrevivencia. Valga por otras expresiones suyas aquella de que «el descubrimiento de la muerte es el que nos revela a Dios», a un Dios inmortal e inmortalizador, claro está ,0. III, 69; artículo Razón y vida, en la revista Renacimiento, núm. de ju lio de 1907 y y que no se encuentra en la ed. Escelicer de las Obras completas de Unamuno ; carta a L u is de Zulueta el 13 de abril de 1909; Della disperazione religiosa moderna, en II Rinno vamento I (1907) 682, y que tampoco ha sido recogido en las Obras completas de Una muno, ed. Escelicer. 7. V I I , 271. E l subrayado es cosa nuestra. 8. E n 1904, en el artículo ¡Plenitud de plenitudes y todo plenitud! Unamuno asegura rotundamente: «Si la religión no se funda en el íntim o sentimiento de la propia sustan- cialidad y de la perpetuación de la propia sustancia, entonces no es tal religión» (I, 1180). 9. V I I , 239. 10. Del sentimiento trágico de la vida, V I I , 145.
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