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13 4 EDUARDO MALVIDO realidad, incluida su dimensión óntica37. La explicación de esta reacción metafísica del hombre científico es una prueba de que el ser hace acto de presencia en el objeto de estudio de las ciencias positivas. Claro que el cien­ tífico no se encara con ese ser mediante el lenguaje claro y exacto con que se dirige a la materia mensurable. No faltan científicos, sin embargo, que creen poder hablar del ser de las cosas de manera «informativa» con con­ ceptos científicos, y que se adhieren, lógicamente, a una filosofía positivista, materialista. Pero éstas son ya derivaciones secundarias, y más o menos dis­ cutibles, de una previa e indiscutible actitud metafísica que el científico adopta en su contacto con la naturaleza. Unamuno se niega a emprender el camino metafísico. Ciertamente las necesidades científicas en cuanto científicas no postulan que se dé a las cues­ tiones ningún giro metafísico. Pero el hombre que hace la ciencia no puede silenciar ciertas interrogaciones que atañen al ser de la realidad sensible cuya presencia experimenta, si bien de modo no «científico». La epistemología unamuniana, como antes la kantiana, sirve bien a los problemas de las ciencias naturales, pero es una epistemología que le viene demasiado pequeña al hombre. E l abstencionismo metafísico preserva a Una­ muno de caer en los diversos errores que pueden darse en la interpretación del ser, pero a costa de renunciar a una actividad eminentemente humana — la actividad metafísica— y, con ella, a la posibilidad de abrirse paso en la búsqueda del Dios inmortalizador. Creemos que existe una tercera deficiencia en la epistemología unamu­ niana: el inapropiado tratamiento que Unamuno otorga a las pruebas tomis­ tas sobre la existencia de Dios. La argumentación tomista ofrece flancos fáciles a una crítica que se sitúe en la perspectiva científica. E l tomista, en sus concepciones científicas, re­ fleja una etapa superada ya, e, incluso, abandonada en no pocos puntos. Hoy día no se nos ocurre pensar científicamente en un mundo en el que tiene cabida una serie jerarquizada de causas eficientes, de modo que una nos lleva a otra, hasta tener que pasar finalmente, para explicárnoslo com­ pletamente, a una causa de otro orden, a una causa distinta en su naturaleza de todas las otras causas intramundanas. Tampoco nos explicamos el movi­ miento de los cuerpos como el paso de la potencia al acto bajo el influjo ac­ tuante de otro acto de la misma especie, necesitando recurrir como última instancia explicativa del movimiento a la existencia de un acto puro. La visión cósmica del hombre científico actual delinea un mundo cuya actividad fenoménica se explica por leyes «mundanas», sin tener que salirse fuera del sistema natural de causas actuantes. La moderna concepción cien- 57. Por lo que a la historia de la física se refiere — la ciencia que más en cuenta tuvieron tanto Kant como Unamuno— , permítasenos remitir al lector el libro de N. ScilIFFERS, Preguntas de la física a la teología, Barcelona 1972.

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