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UNAMUNO Y LA S PRUEBAS DE LA EX IS T EN C IA DE DIOS 133 inteligencia la existencia ni el orden del universo. Puesto que Dios no se adecúa a las características que las leyes tienen en nuestro esquema mental científico, Dios como Razón suprema es para Unamuno la suprema sin-razón científica. Sabido es por otro lado la importancia que la etapa «observación» tiene dentro del método seguido por las ciencias positivas. Antes de formular una ley científica se precisa la reiterada observación del mismo fenómeno. Las pruebas clásicas, al sacar la existencia de Dios a partir de un solo hecho, por muy maravilloso que sea el hecho de la existencia del cosmos, resulta algo científicamente poco feliz. E l entusiasmo de las pruebas tradicionales por el orden del mundo sufre asimismo un humillante desencanto al verse en la obligación de declarar «científicamente» los componentes de tanta armonía y su proceso ordena­ dor. Todo el orden se encierra en el ámbito fenoménico regido por leyes in­ ternas. E l único orden que debemos admirar es aquél que logramos ver co­ mo realización de las leyes que gobiernan el cosmos. E l «orden» restante no pasa de ser una apreciación provisional, e inmadura, primitiva, siempre re- visionable. También merece repulsa científica — y por tanto repulsa unamuniana— la mera mención de una Causa libre, Causa que no actúa de modo necesario, así como el hablar de una realidad existente sin que pueda verificarse expe­ rimentalmente su existencia. Un conocimiento que quiere ser «científicamen­ te» claro no aceptará semejante Causa y tal clase de realidad. Añadamos a lo anterior, que el desacierto de tal influjo en Unamuno no está en su nota de claridad, sino en su carácter directivo y exclusivista como criterio gnoseológico. Unamuno viene a decir: Si Dios existe, sólo lo sabre­ mos ensayando el método «científico» de conocer la realidad. Y como las pruebas de la existencia de Dios no se acomodan a esta metodología, Una­ muno, consecuentemente, niega la validez de las pruebas clásicas. E l fallo que denunciamos en la argumentación de Unamuno se sitúa en los presu­ puestos de su epistemología, no en el desarrollo de la misma. Otro fallo, según nuestra opinión, es el abstencionismo metafísico de la epistemología unamuniana. Creemos que tal abstencionismo no se justifica desde un punto de vista humano. La experiencia del ser la tiene el hombre de actividad precientífica y también el hombre dedicado a las ciencias. Aho­ ra bien, como la epistemología de Unamuno — al igual que la de Kant— saca sus presupuestos del campo de las ciencias positivas nada mejor que confrontar la historia para ver si, a su luz, se sostiene esa conclusión una­ muniana de abstenerse de cualquier posición metafísica. La historia de las ciencias enseña, por el contrario, que el hombre cien­ tífico no se contenta con los límites de su objeto de estudio y que, de formas múltiples y distintas, tira siempre a buscar un principio aplicable a toda la

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