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132 EDUARDO MALVIDO abandona la exterioridad en la búsqueda de Dios y emprende con su Crítica de la razón práctica el camino de la interioridad humana. Pero discrepa sincera y claramente del filósofo alemán en el alcance cog- nosteitivo de la nueva metodología. La pretendida certeza práctica de la existencia de Dios a que, según Kant, puede llegar el hombre no tiene igual valoración a los ojos de Unamuno. Nos encontramos, según Unamuno, de­ lante de una afirmación tan llena de nobles deseos como vacía de fuerza ra­ cional. Unamuno no se concede en la razón práctica el acceso a Dios que la razón teórica le había negado. Y en este punto tan decisivo su conducta nos parece más consecuente, más lógica que la de Kant. Ciertamente el pensa­ miento unamuniano resulta difícil de componer y armonizar, pero, en todo caso, no tanto como el del filósofo alemán, al menos cuando tenemos que vérnoslas con la existencia de Dios. b ) Valoración negativa del mismo Señalados los elementos positivos de las reflexiones unamunianas en tor­ no a las pruebas clásicas, vamos seguidamente a indicar los fallos que encon­ tramos en la andadura de Unamuno en toda esta cuestión. E l primer gran fallo de Unamuno nos parece que radica en su propósito de guiarse exclusivamente por la gnoseología que caracteriza a la metodo­ logía de las ciencias naturales y exactas. Nos parece bien el positivismo me­ todológico de las ciencias. Desaprobamos que se erija dicho positivismo me­ todológico como norma y patrón de toda la epistemología humana. Que el conocimiento humano no siempre resulta claro es una realidad experimen­ tada no sólo por el hombre que se desenvuelve en actitud pre-científica, sino que es también una conclusión a la que llega el que con riguroso método científico se aplica al estudio de la realidad sensible. Y es que esta realidad sensible no se agota en una aprehensión fenoménica formulada matemática­ mente. E l mundo no se entrega del todo al hombre una vez descifrados los problemas científicos que entraña. Le quedan siempre caras oscuras, y que siempre lo serán para el hombre, sea o no científico de profesión. Digamos incluso que, últimamente, a la luz de la teoría cuántica de Bohr, la misma metodología científica se ha visto rebajada en claridad al pasar del cálculo determinístico de los fenómenos (que caracteriza a una naturaleza consi­ derada como «eterna») al cálculo estadístico (que caracteriza a una naturaleza «contingente»). Pues bien, Unamuno no parece aceptar otro modo de penetrar la reali­ dad que el de un conocimiento claro, evidente. En el ámbito fenoménico, las leyes científicas nos hacen inteligible el acontecer natural y nos dan señorío sobre él. ¿Ocurre lo mismo con D ios, presentado por las pruebas clásicas como la Razón suprema que explicaría el existir y el orden del mundo? Esa Razón suprema no aclara a nuestra

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