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UNAMUNO Y LA S PRUEBAS DE LA EX ISTEN C IA DE DIOS 129 a actuar, la perfecta adecuación al deber que éste reclama de nosotros exige a su vez una existencia sin fin (inmortalidad del alma), para poder realizar esa completa conformidad entre nuestras intenciones y la norma moral. Por otro lado, la felicidad que el hombre espera encontrar en el seguimiento de la ley moral postula la existencia de un Ser (existencia de D ios) que asegure esa unión de la moralidad con la felicidad, unión que no se da en esta vida. Contra la formulación y la realidad del postulado de la existencia de Dios, nada tiene que objetar la razón teórica. Más aún; teniendo en cuenta que la razón teórica y la práctica corresponden a dos usos diferentes de la misma razón, la necesidad de la existencia de Dios postulada desde un punto de vista práctico no resulta del todo indiferente a la razón teórica. La diver­ sidad de funciones de la razón se aúna en los fines que el hombre persigue. A través de esta unificación finalística se relacionan de algún modo los ob­ jetos específicos de la razón práctica y de la razón teórica. Pues bien, todo esto, tan sopesado por el filósofo alemán, aparece para Unamuno como una infracción de los límites de la razón humana. Unamuno no señala en qué puntos concretos se extralimita Kant al proponer la prueba moral de la existencia de Dios. E l juicio de Unamuno cae sobre toda la prue­ ba kantiana: «la llamada prueba moral, la que Kant, en su Crítica de la razón práctica, empleó... no es una prueba estricta y específicamente racional, sino v ita l» 53. Y Unamuno identifica la prueba de la razón práctica de Kant con la del «consentimiento supuesto unánime de los pueblos», prueba tejida de anhelos, de ansias, pero no de verdaderas razones. Es muy elocuente este comportamiento de don Miguel con relación a la prueba moral de Kant para ver hasta dónde llega el agnosticismo unamunia- no. Unamuno no sólo delata el desliz irracional de la prueba moral kantiana, sino que además intenta desde un principio dar con la causa explicativa de tamaño desliz, encontrándola en las ansias de sobrevivencia del hombre Ma­ nuel Kant. Para Unamuno era patente que la existencia de Dios afirmada por Kant en la Crítica de la razón práctica tenía su origen en el afán inmor- talizador del filósofo y no en la fuerza convictiva de la prueba. Leamos tres testimonios sobre el particular: «Quien lea con atención y sin anteojeras la Critica de la razón práctica, verá que, en rigor, se deduce en ella la existencia de Dios de la inmortalidad del alma, y no ésta de aquélla». «Y en rigor, ¿no cree usted que Kant deduce la existencia de Dios de la inmor­ talidad... del alma, y no ésta de aquélla?». «el imperativo categórico no es más que un pretexto para establecer la inmor­ talidad del alma — ¡éste es el punto!, ¡he aquí el problema!— , y como conse­ 5 3. V I I , 207. 9

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