PS_NyG_1977v024n001p0109_0136

128 EDUARDO MALVIDO religioso inconformista. En esta segunda dimensión los altibajos se suceden. A l lado del Unamuno que se confiesa creyente se alza el Unamuno incrédulo. Teniendo en cuenta ambas dimensiones y respetando su jerarquía epis­ temológica, no se nos ocurrirá hablar del Unamuno-Jano bifronte. Y mucho menos se nos ocurrirá hablar del Unamuno contradictorio al encararnos con el Unamuno que sostiene la incognoscibilidad de la existencia de Dios y que, sin embargo, se inclina unas veces a su favor y se opone a ella en otras oca­ siones. Caben en buena lógica ambas posturas, siempre que no las situemos en el mismo rango, claro está. No hay más remedio que convenir en la par­ quedad de elementos de la epistemología unamuniana, en su concatenación lógica, en la impronta kantiana de los mismos, y en la fidelidad a toda prue­ ba que Unamuno les profesa. Todas estas características son las que nos han salido al paso al examinar la postura de Unamuno ante las pruebas clásicas de la existencia de Dios. Nuestro Unamuno esconde una concordancia inteligible y cierto motivo melódico que se puede percibir en todo momento, incluso bajo el bullicio ruidoso de su «irracionalismo». Nuestro Unamuno es en definitiva el que escribe a Francisco de Cossío el 24 de octubre de 1914 diciéndole: «Y en todo caso podría demostrar que nadie ha sido en España más fiel que yo a sus principios fundamentales, a sus ideas centrales (que son pocas). El juego dialéctico de mis contradicciones no ha hecho sino corroborar esa unidad fun­ damental». e) Unamuno enjuicia el agnosticismo teológico de Kant Hasta ahora hemos tenido ocasión de advertir afinidades y discrepancias unamunianas respecto al kantismo en relación con las pruebas de la existen­ cia de Dios. La novedad del presente apartado consiste en que ahora vamos a ver a Unamuno convertido en censor de la doctrina kantiana, como infrac­ tora del código agnóstico en la prueba moral de la existencia de Dios. E l hecho de ver a don Miguel erigirse en juez del agnosticismo y oírle condenar a Kant como culpable nos da la medida más exacta, creemos, del hondo ag­ nosticismo profesado por Unamuno. Kant, en la Crítica de la razón práctica, acepta de hecho la existencia de Dios como un postulado de la razón práctica. La existencia del imperativo categórico supone como segundo dialogante la existencia de la libertad hu­ mana. Sin ser libres no sentiríamos la presencia de la obligación en nosotros. Desde luego el postulado de la libertad tiene características peculiares que lo acercan al saber teórico y Kant no deja de indicar el relieve «científico» de este postulado a diferencia de los otros d o s 52. Impulsada nuestra voluntad 52. Cfr. J. Schmucker, Las fuentes primarias de la fe en Dios, Barcelona 1971, 185-188.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz