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126 EDUARDO MALVIDO Todos estos puntos aparecen a los ojos de Unamuno como inaccesibles para las posibilidades cognoscitivas del hombre. Pero el grado de inaccesibi­ lidad no es el mismo en todos los casos. En efecto, en un texto de 1917 es­ cribe Unamuno: «Los que conozcan mi obra Del sentimiento trágico de la vida saben también cómo pienso y siento a este respecto, y que si no soy un convencido racional­ mente de la existencia de Dios, de una conciencia del Universo, y menos de la inmortalidad del alma humana, no puedo soportar que se quiera hacer dogma docente del ateísmo y del materialismo»49. A la luz de las citadas palabras, parece que Unamuno se muestra menos convencido aún de la naturaleza inmortal del alma que de la existencia de Dios. ¿A qué obedece esta graduación dentro de la incertidumbre unamu- niana? Probablemente Unamuno llega a ella tras advertir el hecho de pruebas fenoménicas contrarias a la inmortalidad del alma, mientras que no se da prueba positiva alguna de la inexistencia de Dios. La inmortalidad del alma y la existencia de Dios coinciden en carecer de pruebas confirmativas. La inmortalidad del alma tiene además en contra suya «modos de probar ra­ cionalmente su mortalidad», si bien tales modos no pueden arrogarse conclu­ siones absolutas y definitivas respecto a la mortalidad del alma M. E l punto de la existencia o no existencia de un Dios inmortal e inmorta- lizador se escapa mejor a los ataques de la razón que el punto de la naturaleza mortal o inmortal desde la perspectiva del Ser eternizador. Si nuestra con­ ciencia tiene un porvenir de vida perenne lo será no tanto por la naturaleza inmortal del alma, sino sobre todo, según el enfoque unamuniano, porque a nuestra carne mortal le llega el frescor vivificante del Manantial de eter­ nidad,que es Dios. Dentro de esta manera unamuniana de buscar respuesta a la pregunta de nuestro destino imperecedero, hemos ido a parar a un calle­ jón sin salida racional. En resumidas cuentas, no sabemos si el Dios capaz de inmortalizarnos existe o no. Es de suma importancia señalar este punto de llegada del pensamiento unamuniano. Decimos «de suma importancia» por encontrarnos delante de un juicio mantenido por Unamuno como cierto e inquebrantable a lo largo de toda su vida. A nivel de convicción unamuniana, dicho juicio encierra un valor excep­ cional. Es el que más fielmente nos refleja al auténtico don Miguel. Es el retrato que nos proporciona lo más real de la intimidad de nuestro hombre. Es la clave última y esencial de su pensamiento y acción. No podemos colocar a este Unamuno que no se pronuncia por la existen­ cia o inexistencia de Dios al lado del Unamuno que a veces se nos muestra como creyente y otras veces como ateo. Esas «caídas» y esas «ascensiones» 49. Confesión de culpa, V III, 398-399. El subrayado es cosa nuestra. 50. Cf. V II, 171.

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