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120 EDUARDO MALVIDO de Dios haga accesible a nuestro entendimiento ni el origen del mundo ni el orden del universo. Tanto uno como otro continúan siéndonos impenetra­ bles, ya se acepte o se rechace la existencia de Dios. «En nada comprendemos mejor la existencia del mundo con decirnos que lo creó D ios», nos dice Una- muno en El sentimiento trágico de la vida respecto a la prueba del modo de ser del universo30. Y por lo que se refiere a la otra prueba, a la del orden, anota Unamuno en el mismo Sentimiento trágico de la vida : «esa explicación de un Sumo Ordenador... no es sino la razón de lo irracional y otra tapa­ dera de nuestra ignorancia» 31. Dios como Razón Suprema no nos explica la existencia de este mundo ni el orden que admiramos en él, por lo que esa Razón resulta una razón científicamente muy extraña, más aún, ilegítima como razón. Unamuno se declaró muy pronto contra la validez científica de la hipó­ tesis de Dios. Y simultáneamente podemos leer en sus declaraciones la razón de su repulsa: porque la hipótesis de Dios no le brindaba la buscada explica­ ción racional. «Si el mundo se explica sin Dios, Dios sobra, y sobra también si el mundo no se explica con E l» , nos dice el joven Unamuno de 1886 32. En setiembre de 1900 Unamuno escribe a Miguel Gayarre diciéndole entre otras cosas que no necesita de Dios para explicarse el universo, pues «lo que sin él no me explico, tampoco con él me explico». Estas últimas pala­ bras vuelven a la pluma de Unamuno con una frecuencia insistente33. Tras haber leído lo que precede, no puede sorprendernos que Unamuno en El sentimiento trágico de la vida haga suyas aquellas palabras de La- place según las cuales Dios es una hipótesis innecesaria en el menester cien­ tífico 34. 2) Unamuno continúa poniendo pegas científicas a la consideración de Dios como Razón Suprema. 30. V II, 204. 31. V II, 205. 32. Filosofía lógica, en el libro de A. Z u b iz a rre ta , Tras las huellas de Unamuno, Madrid 1960, 25. 33. Las encontramos, un poco alteradas, en su carta del 11 de marzo de 1902 a Santiago Valentí: «lo que sin El no se prueba tampoco se prueba con El». Otra vez es a Luis de Zulueta, en carta dirigida el 30 de septiembre de 1903: «N o necesito de la idea de D ios... porque lo que no se explica sin El, tampoco con El se explica». Tam­ bién se lo repite a Jiménez 'Ilundáin el 9 de mayo de 1905: «lo que no se explica sin El tampoco con El se explica. Ni en ciencia ni en metafísica hace falta Dios». El estribillo aparece asimismo en dos artículos importantes escritos por Unamuno en 1904. Uno es el titulado Sobre la filosofía española, y en él (I, 1164) se leen estas palabras: «N o necesito a Dios para concebir lógicamente el Universo, porque lo que no me explico sin El, tampoco con El me lo explico». El otro artículo es el deno­ minado / Plenitud de plenitudes y lodo plenitud! donde leemos: «L o que no se explica sin El, tampoco con El se explica, pues tomándolo como Razón Suprema necesita a su vez ser explicado» (I, 1180). 34. Del sentimiento trágico de la vida, V II, 204.

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