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118 EDUARDO MALVIDO fondo y trasladado de la colectividad al individuo, sino la llamada prueba moral, la que Kant, en su Crítica de la razón práctica, empleó» 29. Es muy elocuente esta inclusión de la prueba kantiana dentro de una argumentación valorada por Unamuno como no racional. Hemos visto a grandes rasgos el modo unamuniano de exponer las prue­ bas de la existencia de Dios y hemos podido comprobar cómo ese modo se acuesta más del lado kantiano que de los clásicos manuales de teodicea. Hemos indicado también ese momento de la exposición unamuniana en que nuestro autor se aparta del tratamiento kantiano de las pruebas. Hasta ahora, en nuestro análisis, no hemos hecho más que seguir por fuera la argumentación de Unamuno sobre las pruebas de la existencia de Dios. Sin embargo, el mero estudio del exterior nos ha revelado ya la pre­ sencia decisiva del filósofo alemán en el español. Vamos seguidamente a penetrar en el interior de la argumentación una­ muniana, para descubrir las razones por las que Unamuno rechaza toda prueba demostrativa de la existencia de Dios. c) Razones en que Unamuno basa su juicio negativo sobre las pruebas No resulta fácil delimitar en el texto unamuniano, cuyo análisis nos ocupa, las razones por las que se rechazan las pruebas. Tan mezcladas andan que cuesta trabajo seguir su trayectoria individual. Se cruzan entre sí, se intercambian, se anudan... Sin embargo, aun cuando no se advierta en ellas un desarrollo ordenado, nos tomaremos la libertad y el riesgo de clasificarlas y agruparlas un poco por nuestra cuenta. Unamuno se opone ante todo al procedimiento de buscar a un Dios impersonal emprendido por esas pruebas. E l Dios de las pruebas es el Dios concebido por la razón generalizadora, eternizadora, desvitalizante. Es el Dios correspondiente al hombre tomado en una acepción general, «es el Dios del bípedo implume», como le dice por carta a Arzadun el 28 de octubre de 1920. No es el Dios del «hombre de carne y hueso», hombre individual, temporal y cuya conciencia es conciencia de vida interior. Este hombre y sólo éste es el que echa de menos al Dios inmortal e inmortalizador. No así el hombre en actividad razonadora. Sin embargo, se dirá, las pruebas clásicas de la existencia de Dios nos ofrecen al fin un Dios personal, un Dios más íntimo a nosotros que lo somos nosotros mismos. Pero Unamuno no deja de criticar en esas pruebas el paso indebido hacia la personalización del Dios-razón, del Dios-lógico, del Dios- aristotólico. Por las pruebas sólo se aboca rigurosamente a la divinidad des­ 29. V II, 207.

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