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10 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE sultado total era la posesión por Adán de una naturaleza humana "recta”, sana, llena de gracia, en perfecta armonía del espíritu con Dios y del mundo inferior con el hombre, su señor. E l entorno vital externo, el paraíso terre­ nal, venía a completar este cuadro de acabada perfección y felicidad. Respecto al pecado del primer hombre — pecado originante — , dejando de lado otras cuestiones menores, convendría no olvidar la gravedad peculiar de dicha transgresión, así como la solidaridad de los descendientes en la acción del primer padre «en quien todos pecaron». Según fórmula recibida desde la edad media lo que aconteció fue que la persona (Adán) corrompió la naturaleza y la naturaleza (recibida en cada uno) corrompe la persona. Más difícil resultó siempre determinar la naturaleza propia del pecado original en su sentido específico. E l carácter misterioso de semejante afir­ mación era subrayado reiteradamente y con gusto, sobre todo en polémica con las pretensiones de la filosofía moderna de dar una interpretación psi­ cológica y moralizante a la narración de Gén 3. La índole del pecado origi­ nal se intentaba determinar mediante fórmulas más bien negativas: el pecado original no es la congènita, connatural contingencia humana ni su innata la­ bilidad moral; ni puede identificarse con la concupiscencia o inclinación congènita hacia del egoísmo radical; ni puede decirse que implique una corrupción radical de la naturaleza y dinamismo moral humano. Se insistía más en las consecuencias y concomitancias de aquel pecado: privación de la gracia santificante y de los bienes preternaturales que cada hombre debería tener y que de hecho no tiene por culpa del hombre mismo (Adán). En vez de aquellos dones ahora se encuentra herido con las cinco llagas de la con­ cupiscencia, sujeción al dolor y muerte, ignorancia, servidumbre a la natu­ raleza inferior, vendido a las fuerzas del pecado, al que sucumbirá, inevita­ blemente, cuando llegue a usar de la libertad personal. Todos los males y sufrimientos de esta vida y de la futura, son de hecho consecuencias del pe­ do en sentido formal, pecado verdadero y propio de cada uno. Sin embargo, se insistía en que el concepto de «pecado» sólo por analogía debería ser aplicado al pecado personal y a esa situación de alejamiento de Dios en que todo hombre llega a la existencia. Los teólogos de estos años daban mucho relieve a la calificación teológica de sus afirmaciones. Con ella se quería valorar el grado de certeza con que cada una de ellas debería ser aceptada por los creyentes. Nos interesa recordarlas aquí, a fin de que se perciba mejor el cambio sufrido por esta doctrina durante los veinticinco años que historiamos. Al final del período, por los años setenta, son negadas por inconsistentes, insostenibles ya, afirmaciones que en el año 1950 eran propuestas por todos como dogmas de fe. Véanse las calificaciones teológicas más comúnmente propuestas. La posesión por Adán de la gracia santificante era tenida como verdad de fe divina y católica, implícitamente definida. Similar calificación se le daba a la afirmación de que el hombre poseyó en el paraíso el don de poder no-morir, la inmortalidad corporal.

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