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62 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Partiendo de Cristo resulta ya menos difícil ver que también nuestra unión en Adán, en la muerte y pecado que él causó, tiene que ser no sólo moral, fundada en vínculos espirituales, sobrenaturales, sino que tiene que tener base física. Esto lo ha expresado la tradición diciendo que todos los hombres incluidos en la actual historia de la salvación, son hijos de Adán por procedencia o generación física. Si bien es claro que nuestra ligazón física con Adán, tiene un contenido diverso a nuestra unión «física» con Cristo, cuando de ella se habla. No conviene extremar la analogía. Pero, por otra parte, también la misma unidad-unión espiritual con el uno y el otro Adán es análoga, proporcional, aunque sea antitética. Parece pues, claro que si la teología no mantiene la tesis de la unidad natural, física, biológica de todos en Adán y desde Adán, no sabría a quién dirigir, concretamente, el Mensaje de salvación, que está destinado a «los hijos de Adán», de quien desciende Cristo según la carne. Pero, como nues­ tra unidad-unión con Adán es, inicialmente, unidad en la muerte pecado, hay que referirse a esta unidad de muerte y condenación para ver que tal unidad (presupuesto de la unidad en la salvación) sólo en perspectiva mono- genética puede ser adecuadamente propuesta y entendida. Para valorar con justeza la anterior argumentación, nos permitimos re­ cordar una advertencia que De Fraine hacía comentando Rm 5, 12-21: Pablo afirmaría, con toda claridad, la unidad de la situación pecadora en que to­ dos se encuentran; pero, ¿afirmaría con la misma claridad y es tan nece­ sario mantener — con similar grado de certeza— la unidad de pecador y de pecado originante de esa situación común de pecado? Es una pregunta que deja abierto el camino hacia ulteriores investigaciones sobre las relaciones entre el posible poligenismo y el dogma del pecado original. Por lo demás, esta cuestión-clave de la unidad de los hombres en Adán la volveremos a encontrar, vista desde otras y más hondas perspectivas al hablar, en el apartado VIII, de la «personalidad corporativa» y de la soli­ daridad de todos los hombres en Adán. Cuando K. Rahner termina el razonamiento antes aducido, se siente tentado a ofrecernos «la posibilidad de una prueba metafísica del m onogenism o». No es que la concedamos especial validez. La aducimos a título de curiosidad, como muestra del ambiente en que se discutía el tema del monogenismo por estos años42. Como es sabido el monogenismo estricto no puede ser demostrado por la ciencia natural. Este hecho sólo es afirmado por revelación positiva de Dios; si quiera sea en la debilidad y no-certidumbre completa de una conclusión teológica, ¿no podría darse una prueba filosófica, metafísica a favor del monogenismo? Rahner lo va a intentar. Tras proponer «algunas notas sobre la metafísica de la genera­ ción», concluye que también para el hombre vale el principio «la generación es 42. Resumimos el razonamiento de R a h n e r , o . c ., 313-24. A. Z u e r i c h , Monogenism o teologico, 239 ss., encuentra poco convincente este argumento.

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