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E L P E C A D O O R IG IN A L . 41 y duro caminar por la historia en el estado de hombre rudimentario que cree haber descubierto la paleontología 18. Esta teoría de la decadencia post-adánica no podía menos de resultar insatis­ factoria para científicos y para teólogos a la vez. Para la ciencia, porque el Adán paradisíaco tradicional es, por sí solo, prescindiendo de ulteriores acontecimientos, una flagrante contravención de las leyes básicas de la evolución. Para los teólogos, porque la «herida» causada por el pecado original en Adán adquiría una inten­ sidad, dentro de su misma naturaleza, que no era fácil de conceder. Tampoco prosperó la sugerencia de que el Adán bíblico sería el primer «homo sapiens» de la ciencia, mientras que el Génesis se habría despreocupado en abso­ luto, por ignorarlas, de las diversas manifestaciones de homo faber que le habrían precedido. Pero, este intento concordista no es viable. El Adán de la Biblia es una magnitud tan descomunal que no puede menos de romper también los moldes del homo sapiens que hubiese aparecido por evolución. Sin embargo, la suge­ rencia tiene algún aspecto favorable que hemos de ver aprovechado años más adelante. La solución que, en conjunto, obtuvo mayor adhesión y que pareció satis­ facer más a los teólogos de estos años fue la siguiente: por una parte se eliminó — o dejó caer— la figura del paraíso como entorno vital externo, privilegiado, del primer hombre. Luego, se hizo una reducción apreciable en algunos de sus privilegios: La excepcional ciencia de Adán habría de redu­ cirse al ámbito de lo religioso y moral y aun esto a un grado de suficiencia para cumplir convenientemente las exigencias de su relación con Dios. No hay necesidad ninguna de contemplarle dotado de una excepcional ciencia infusa respecto de las realidades profanas. Adán, pues, no nació «sabio», sino que hubo de ir aprendiendo con experiencia y a fuerza de indudables fatigas y equivocaciones. Igualmente, el llamado don de integridad tampoco habría que magnificarlo en tal grado que hiciese de Adán un ser «ideal», más bien que terreno. En una palabra, en todo lo que pertenece a su figura y actua­ ción externa Adán, sin dificultad para la teología, podría ser imaginado como un auténtico «primitivo», un hombre rudimentario en su desarrollo corporal, psicológico, en su capacidad inmediata y expedita de luchar por la vida y de comenzar a hacer historia y crear cultura. Nada impide que en un hombre rudimentario, un primitivo, pueda estar dotado por Dios de excelentes gra­ cias sobrenaturales. E l desarrollo sobrenatural no se corresponde exactamente al natural, fisiológico y cultural. Con este motivo se recordaba que algún 18. La hipótesis de la decadencia es sugerida por C. Vollert, Evolution and the Bible, 114. También M. Flick, E l pecado original, 32-33. M. M. Labourdette dice —pen­ samos que con razón— que no hay que pensar en una degradación corporal o psicoló­ gica del Adán caído, sino en el simple hecho de haber sido despojado de los privilegios excepcionales, Le péché originel, 178. Puede aplicarse aquí el dicho de los antiguos que expresaba el cambio sufrido por Adán: «spoliatus gratuitis, vulneratus in naturalibus», con las interpretaciones conocidas.

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