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40 A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E figura del paraíso era lo más vulnerable de la enseñanza tradicional. Resultaba insostenible ante el progreso de la exégesis bíblica, según veremos. Por otra parte, si bien era el menos importante de los elementos constitutivos del estado de justicia original, sin embargo, era el que tenía mayores repercu­ siones perceptibles, externas y, por tanto, el más sujeto a la crítica de la ciencia evolucionista. Puede, por tanto, darse por irremisiblemente perdido el paraíso objeto de nostalgia para la humanidad durante milenios 17. Respecto a los otros dos grupos de afirmaciones los teólogos seguían man­ teniendo, en lo sustancial, sus posiciones tradicionales. No veían, ante las dificultades de la ciencia, motivos decisivos para abandonarlas. En efecto, se decía, el estado de justicia original fue, sin duda, un estado real histórico en el que existió un ser humano histórico. Pero, por su misma índole, se trata de una situación o estatuto teológico privilegiado, gratuitamente otorgado por Dios, sobrenatural por su naturaleza y por su finalidad. Veían muy conve­ niente que Dios hubiese intervenido de aquella forma «milagrosa» y única al principio de la humanidad para fortalecer los primeros pasos del hombre en su marcha por la historia. Ahora bien, dada la índole «maravillosa» de tal situación la ciencia, por principio, nada tendría que decir ni a favor ni en contra de su existencia y realidad, simplemente desbordaría totalmente su competencia. Por otra parte, aun siendo real e histórico el estado paradisíaco — tal como de hecho se cumplió— en realidad no perjudicaría en nada la competencia de la ciencia ni limitaría su campo. Se trata de un estado que de hecho duró muy poco, según la tradición y por ello no pudo dejar huellas perceptibles en la historia del hombre y de la cultura. Los restos de hombres rudimentarios encontrados por los paleontólogos han de ser referidos a lo que la teología llama el hombre «caído», posterior al hombre del paraíso. Despojado de su dotación sobrenatural y preternatural, «herido» en su mis­ mo ser natural, el hombre arrojado del «paraíso» habría comenzado su lento 17. En la enseñanza clásica el entorno paradisíaco era una consecuencia connatural, complementaria, de los dones espirituales recibidos en plenitud. Así todavía estos años, M. Flick - Z. Alszeghy, L os Comienzos, 369-377. I.-J. Sagúes lo sigue teniendo por histórico, contra los racionalistas, De Deo Creante, nn. 775-84. H. Renkens, Creación, Paraíso, 127-74, 188-207; ofrece la interpretación más aceptable en este punto: El paraíso no ha sido nunca una realidad, visto en su materialidad. Es una descripción simbólica de! estado de privilegio, estado «sobrenatural» en que Dios creó al hombre; quiere ofrecer un cuadro plástico de la situación religiosa del primer hombre ante Dios. Para el semita era fácil extender al mundo material infrahumano, las relaciones humanas y religiosas. No tiene interés el hagiógrafo por la cronología ni por la geografía. El distingue en el primer hombre según la intención concreta de Dios al crearlo, un elemento natural y otro sobrenatural. Para esto y sólo para esto necesita el paraíso», 192. Como aquello que se quiere simbolizar y describir es el estado interior del primero hombre, igual le da poner el paraíso en el cielo que en la tierra. Para L. Arnaldich la narración quería inculcar la providencia especial, la relación íntima con Dios, la felicidad de aquel estado privilegiado: El origen del mundo, 157-87. Sin entrar en comentario doctrinal da amplio informe sobre la figura del «paraíso». E. Cothenet, «paradis», en DBS VI, 1177-1230.

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