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32 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE tener presente las varias cuestiones y certezas menores que se implican o se pre­ suponen en estos testimonios. No tiene la misma certeza el evolucionismo aplicado al origen de los seres vivientes que cuando se quiere extender a toda la realidad objeto de nuestra experiencia. Muchos autores se muestran seguros al hablar de la micro-evolución, pero se muestran cautos o reticentes al hablar de la macro- evolución. Cuando se trata del evolucionismo antropológico se puede éste aplicar al origen de las razas humanas anteriores al «homo sapiens», o bien sólo al «homo sapiens». Y si se habla de los antecedentes animales del hombre se puede pensar en los simios actuales o en otros tipos de antropoides ya extinguidos. En cual­ quiera de estas opciones hay que contar con diverso número y calidad de argu­ mentos y con diversa certeza. Incluso desde el mismo punto de vista científico, los investigadores tie­ nen que conceder la singularidad y especificidad del fenómeno humano. Por eso, es razonable la postura de aquellos que, admitida la proveniencia del hombre de organismos inferiores, insisten en que las leyes de la evolución explicarían la génesis del organismo humano, pero no todo lo que hay en el hombre: no todo lo que aparece de nuevo cuando éste entra en el cosmos, se explica por evolución. Es decir, la evolución sería verdadera causa de la antropogénesis, pero no causa total, sino simplemente parcial. Y , desde lue­ go, no se puede aceptar el principio de que la biología, paleontología o his­ toria natural sean las únicas ni aun las mejores fuentes de información para explicar la antropogénesis, la aparición en la existencia del hombre como realidad integral, en su novedad y especificidad propia. En este momento tienen su palabra propia los teólogos para decir: el elemento espiritual que hay en el hombre, el alma, procede directa e inme­ diatamente de Dios, por acción creadora de la nada, en el sentido estricto de esta fórmula (ex nihilo sui et subiecti). Esto es lo que, con seguridad per­ tenece a la fe. Porque el modo cómo la acción creadora empalma y se inter­ fiere en el proceso evolutivo a que ha venido sometido el organismo que ac­ cede a la hominización por vez primera, entra ya en las discusiones científico- teológicas. Ciertamente, la acción creadora de Dios, aunque implique una novedad radical en el curso de la naturaleza, pero acontece dentro del cuadro de un proceso evolutivo, al cual no anula, sino que lleva a su máxima ple­ nitud, potenciándolo desde él mismo. Muchos teólogos hablaban, en este instante, de una acción «especial» de Dios que recaería sobre el organismo preexistente a fin de darle la última disposición para recibir el alma, fruto de nueva acción — acción creadora— . Pensamos que no es necesario desdoblar la «especialidad» de la intervención divina de que hablan los documentos del Magisterio y que todos aceptan. De hecho tal explicación va perdiendo interés ya por estos años y en los siguientes 10. lución. E l problema de la evolución y de la antropogénesis. Es la tesis del libro. La reafirma en Epistemología de la evolución, 583-601. 10. La antigua opinión del card. C. Go n zá l ez (1891) de la acción «especial» de

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