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E L PECADO ORIGINAL. 5 por otros caminos que no impliquen el recurso a la hipótesis del pecado original y a la teología adánica, su acompañante inseparable. La división en tres períodos, que proponemos, desearíamos que fuese enten­ dida en forma un poco flexible, aproximativa; ya que las ideas ni brotan ni circu­ lan al ritmo del giro de la tierra ni según un calendario. Pero, pensamos que cada uno de los tres períodos posee características suficientemente específicas y sobre­ salientes como para permitirnos tratarlo por separado, sin mayor violencia. Por otra parte, la división adoptada nos pareció que podría ofrecer una ayuda apre- ciable para lograr una exposición más ordenada, gradual y sistematizada de un tema sobre el que disponemos de un material muy abundante. Más abajo se verá que hicimos bien en tomar el año 1950 como punto de partida para nuestra investigación. SECC ION PR IM ERA : AÑOS 1950-1960 NU EVA PO L EM ICA EN TORNO A L DOGMA D E L PECADO O R IG IN A L E l dogma del pecado original ha tenido una historia más bien azarosa, a partir del siglo v en que comenzó su vida autónoma como tal dogma 2. La Iglesia antigua propuso y defendió esta verdad como presupuesto indis­ pensable para una correcta vivencia, comprensión y profesión de otras ver­ dades reveladas más fundamentales: la necesidad absoluta de la gracia in­ terior de Cristo y la universalidad de su acción redentora. Durante la edad media se le impusieron algunas correcciones: en primer lugar para mitigar ciertas extremosidades específicas de la formulación agustiniana del dogma y, en segundo lugar, para adaptar mejor esta verdad dentro del contexto de la revelación, particularmente en referencia a la creencia en la inmaculada concepción de María, creencia que entonces iba tomando cuerpo en la con­ ciencia de los creyentes y en la opinión de los teólogos. No hubo, sin em­ bargo, modificaciones de fondo en la enseñanza tradicional. 2. Nos referimos al hecho, históricamente bastante seguro, de que, antes de la con­ troversia antipelagiana, la creencia en el pecado original era profesada sólo implícita­ mente, en la virtualidad y posibilidades de desarrollo de otras verdades cristianas más radicales: la honda y universal pecaminosidad del hombre, la necesidad absoluta de la acción redentora de Cristo, de su gracia, para salir de semejante situación y ser grato a Dios en orden a la vida eterna. Sólo bajo la intervención de san Agustín este tipo específico de pecado, el «pecado original », adquiere dimensión y contornos propios frente a cualquier otra manifestación de la universal pecaminosidad humana. Así se justifica la afirmación que hacemos en el texto.

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