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2 8 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE en que se empieza y es inevitable empezar a hablar del evolucionismo antro­ pológico, el teólogo no puede ni debe permanecer ajeno a la cuestión. La razón parece clara. La cuestión sobre el origen de la especie humana, tal co­ mo fue presentada desde el siglo pasado, afectaba decisivamente a la natu­ raleza, al concepto radical del hombre. Si se acepta una solución «materialis­ ta», la distinción entre el hombre y los demás seres de la naturaleza queda privada de su carácter específico y cualitativamente superior. Si se admite una solución «espiritualista» la superioridad cualitativa y específica (incluso a nivel metafísico) queda asegurada. Ahora bien, la forma cómo se conciba la naturaleza del hombre afecta a la interpretación radical sobre la razón de ser y sentido último de su existencia, a las relaciones del hombre con Dios que le llama y destina a la vida eterna. La teología es también y esencial­ mente una antropología teológica, es decir, no puede prescindir de una es­ pecífica visión e interpretación del ser humano desde Dios, en Dios y para Dios. Es, pues, el evolucionismo antropológico el que nos interesa conside­ rar ahora. B.— El evolucionismo antropológico problema fronterizo. Entre las fuer­ zas impulsoras del renacimiento teológico subsiguiente a la segunda guerra mundial, hay que contar el empeño de los teólogos de dejarse ayudar en sus investigaciones por las ciencias naturales. Dentro de este contexto hay que ver el renovado interés que se advierte por las cuestiones referentes al ori­ gen del hombre. Por otra parte, un teólogo que se estime a sí mismo, no puede dejar todo el problema del origen del hombre en manos de la ciencia. También la teología tiene una palabra importante que decir al respecto, según advierte la «Humani Generis» en las palabras citadas. Surge así el tema del origen del hombre como un problema de frontera entre dos saberes, la ciencia positiva y la ciencia de la revelación. Veamos cómo ambos saberes proponían la cuestión e intercambiaban sus respectivas soluciones en la dé­ cada de los años cincuenta. Por lo que se refiere a la ciencia biológica la cuestión del origen del hom­ bre, el evolucionismo antropológico, se mostraba erizada de dificultades e imprecisiones hacia el año 1950. Tratemos de precisar un poco aquellas afir­ maciones de la ciencia que interesan y bastan para proseguir el diálogo con la teología, dejando las demás para estudios científicos especializados2. 2. Citamos algunos estudios en los que la preocupación por dialogar con la teología es explícita, o al menos se presupone de continuo: A. H a a s (director), Origen de la vida y del hombre, Madrid 1963. La lev. «Albor» 19 (1951) 181-387, dedica un número extra­ ordinario al tema de la evolución. M . Crusafont - B. M e l e n d e z - E. Aguirre, La Evo­ lución, Madrid 1966. El Evolucionismo en Filosofía y Teología, Barcelona 1956. Sympo- sion on Evolution, Pittsburg-Louvain 1959. Todos estos son estudios de varios colabora­ dores, en los cuales la evolución es tratada desde sus diversas perspectivas científica, filo­ sófica, teológica. También «Revista de la Universidad de Madrid» 8 (1959) 9-559, dedica un número monográfico al problema de la evolución. H. Johnson, The Origin of man :

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