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26 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE E l primero de los textos citados, referente a las relaciones generales en­ tre la fe y la ciencia, no será objeto de comentario específico, pues tales principios van implicados y aplicados en los dos siguientes. E l texto segundo se refiere a las relaciones entre evolucionismo antropológico y doctrina cris­ tiana. La relación con el pecado original es más bien indirecta y lejana, pero muy real. Por ello no podemos dispensarnos de estudiar la cuestión. E l ter­ cero alude explícita y directamente al problema del pecado original y exige que nos demoremos más en su estudio. V E l EVOLUCION ISMO B IOLÓG ICO Y E L DOGMA DEL PECADO ORIGINAL Leídas las palabras de la «Humani Generis» a la distancia de 25 años no pueden menos de parecemos excesivamente tímidas y sobrecargadas de precauciones. La Iglesia, se dice, «no prohíbe» a los investigadores creyentes y a los teólogos el investigar sobre el evolucionismo. Nada más. Esta inhibi­ ción puede entenderse, bajo algún aspecto, como una actitud cargada de sa­ biduría, ya que la Iglesia no tiene por qué entrar, directamente, en la cues­ tión. Le basta pronunciar un nihil obstat, nada impide que se acepte. E l decir algo positivo sobre la viabilidad o no de esa doctrina pertenece, por derecho propio, a la ciencia. E l evolucionismo tolerado ha de referirse ex­ clusivamente a la parte orgánica del hombre, nunca a su alma espiritual. Se tiene por desorbitado el conceder al evolucionismo la categoría de doctrina segura. Sólo a nivel de hipótesis podrá ser utilizada. Por principio no se puede excluir que la Revelación tenga algo que decir sobre el origen del hombre. A ella y al Magisterio de la Iglesia deben prestar oído el teólogo y el investigador creyente. Dejando de lado otros temas que pudiera sugerir el citado texto de la «Humani Generis» vamos a examinar con alguna detención la cuestión del evolucionismo científico en cuanto puede afectar a la enseñanza sobre el pe­ cado original. A .— Situación del evolucionismo científico por los años cincuenta. En las discusiones entre científicos y teólogos hay que excluir ya, por estos años, el evolucionismo radical, el evolucionismo como sistema metafísico para la explicación de la realidad total. No es que no persistan los propugnadores del evolucionismo radical; pero éste, ya por principio metodológico funda­ mental, programáticamente, no podía dialogar directamente con los cultiva­ dores de un saber como la teología. Así, pues, hay que referirse únicamente al llamado evolucionismo mitigado, limitado, el único que se presentaba via­ ble ante la ciencia, la filosofía y la teología simultáneamente. E l evolucio

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