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4 A L E JA N D R O D E V IL L A L M O N T E ción dogmática —mantenida muy nítida todavía en 1950 — a través de osci­ laciones y reajustes de la década del sesenta, hasta culminar en la abierta negación, por parte de varios teólogos, a medida que avanza la década del setenta. A penas será preciso comentar la importancia histórica y doctrinal de este cambio tan rápido y tan hondo. Esperamos, sin embargo, que, al fi­ nalizar la lectura de nuestro trabajo, la temida (o deseada) pérdida del dogma del pecado original no sea juzgada tan dramática como pudiera parecer de primera impresión. Ni tan amenazadora e inaceptable para la recta fe cris­ tiana. Por otra parte, bajo cualquier perspectiva en que la cuestión sea con­ templada, resultará aleccionador y ofrecerá un saludable tema de reflexión al creyente cristiano el hecho de esta transformación, tan acelerada y profunda, sufrida por una enseñanza que tenía raíces tan largas y que gozaba de tan alto prestigio en la teología tradicional. Doctrina medularmente incustrada en el pensar y en el vivir de la Comunidad de los creyentes durante más de quince siglos. Con el fin de ordenar un poco nuestra exposición y hacerla menos fa­ tigosa hemos distribuido el material disponible en tres secciones, que corres­ ponden, con mucha aproximación, a las tres etapas perceptibles en la evolu­ ción sufrida por la enseñanza tradicional a lo largo de estos últimos veinticinco años: 1) Un primer período — años 1950 a 1960— se caracteriza por una clara y fundamental continuidad respecto a la enseñanza tradicional. Si bien ésta se vea ya pública y certeramente afectada por serias dificultades nuevas, pro­ venientes de los modernos movimientos ideológicos. 2 ) En el período siguiente, desde 1961 a 1970 (aproximadamente), la reflexión teológica sobre el tema se hace más frecuente, intensa, crítica y radical: se conmueven los cimientos primeros de la doctrina tradicional, pero se quiere salvar (y parece que se logra por casi todos los teólogos) la sustan­ cia de la fe según se suele decir en similares casos y en momentos de crisis incontrolada. 3) En los años transcurridos de la década del setenta, hasta 1975, va creciendo el número de los teólogos que niegan, más o menos explícita y sis­ temáticamente, aquella realidad o magnitud teológica que desde hace quince siglos venía llamándose «pecado original». Naturalmente, los problemas objetivos de fondo, que la teología tradi­ cional quiso resolver mediante la «teoría» del pecado original, siguen en pie, necesitados de un esclarecimiento nuevo y más convincente. Pero, la desea­ ble y posible solución a aquellos problemas se quiere buscar en adelante,

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