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20 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE lileo: la Escritura nos enseña cómo se va al cielo, pero no cómo van los cielos. Unicamente que, en la práctica, parece no resultaba fácil, de inmediato, pre­ cisar el contenido estrictamente religioso de la narración genesíaca y des­ glosarlo de las adherencias culturales humanas caducas, en que cada época lo expresa y comunica. Y así, es claro que Dios, con sola su Palabra, creó de la nada todas las cosas al principio primero del tiempo. Pero, la creación no tenía por qué ser un acontecimiento simultáneo, acaecido sólo al princi­ pio y que de una vez por todas plasmase al detalle, en especies fijas, las diversas variedades de seres. Igualmente, el hombre es «obra de las manos de Dios», pero no diría la Biblia el modo concreto cómo esas manos «traba­ jaron», para llegar a hacer al hombre, durante milenios. Había también otra verdad clara en su formulación teórica y de principio, pero que exigía tino y comedimiento en las aplicaciones concretas. E l creyen­ te debe aceptar con obediencia de fe todo el contenido religioso y salvífico de la Escritura; y también verdades de orden natural inseparablemente co­ nexas con las reveladas. Este principio encierra siempre un cierto germen de integrismo, es decir, de querer imponer seguridades a la ciencia humana y no dejar a la razón la autonomía que le corresponde en su propio campo. Los teólogos de finales del siglo pasado y primeros decenios de éste no acer­ taban a distinguir en la narración del Génesis la sustancia de la fe de lo que es elemento cultural circunstancial, caduco. Finalmente, la exégesis científica y crítica en el sentido moderno apenas si había empezado su lento despertar entre los escrituristas católicos. E l mejor conocimiento de la historia, len­ guas y cultura del oriente medio, así como los descubrimientos arqueológi­ cos, estimulaban a superar el concepto demasiado estrecho sobre la inspira­ ción e inerrancia de la Escritura, como también a distinguir entre la verdad religiosa sobrenatural que Dios quiere comunicar al hombre y las categorías mentales, los presupuestos culturales y las formas de expresión de los hom­ bres que transmiten y reciben el Mensaje. Y como la imagen del mundo, los presupuestos culturales y formas de expresión del hombre moderno habían cambiado en relación al hombre de épocas lejanas, esta nueva mentalidad — particularmente la visión evolutiva del mundo— no dejaban de inquietar a los teólogos y de impulsarles a buscar formas de expresar el contenido de la revelación más críticas y menos comprometidas con formas culturales humanas ya periclitadas.

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