PS_NyG_1977v024n001p0003_0063

EL PECADO ORIGINAL. 19 Por una parte los científicos de la época sobrevaloraban excesivamente la hipótesis evolucionista, ya en el mismo campo experimental. Sin duda que tal hipótesis, con los años y los nuevos datos, ha ido cobrando seguridad hasta convertirse en una teoría suficientemente fundada, en una doctrina prácticamente segura. Pero, en los primeros decenios no poseía los datos in­ dispensables para afirmaciones tan seguras. Era una hipótesis genial por parte de los primeros, audaces defensores, pero es comprensible que la ge­ neralidad de los hombres no viese claro el porvenir de aquella intuición. Ade­ más, los científicos se extralimitaron al querer, muchos de ellos, sentar cá­ tedra de filósofos. Esto sucedió cuando se quiso hacer de la hipótesis evo­ lucionista una interpretación metafísica del mundo. Así acontece en Haeckel, Huxley, Russell y los fundadores del marxismo. E l materialismo radical de estos hombres — fuese natural o histórico— propugnaba la eternidad de la materia de la cual provendría, en desarrollo ascensional, la vida en todas sus formas, incluido el hombre. La existencia y acción creadora de Dios o su concurso trascendente en el dinamismo de los seres, así como la superiori­ dad del hombre respecto de los demás seres eran negados como incompa­ tibles con la recién descubierta ley de la evolución. Por otra parte, estos naturalistas tenían la convicción de que la demostración del hecho de la evo­ lución en el campo de la biología y en el origen de las especies, llevaría con­ sigo la invalidación de las afirmaciones que, desde el campo religioso, se hacían en referencia al origen del mundo y especialmente del hombre, y so­ bre la superioridad de éste en el universo por razón de su naturaleza y su destino. A l fondo de estas afirmaciones estaba el empirismo radical de los hombres de ciencia, que les impedía admitir otro camino de conocimiento seguro y legítimo para la mente humana que no sea el de la experiencia. Es obvio que con esta mentalidad las afirmaciones de los teólogos, basadas en las narraciones del Génesis sobre los orígenes, serán catalogadas como per­ tenecientes a un género literario imaginativo y mitológico, en el sentido más desfavorable de la palabra. Los teólogos, por su parte, cometían similar extrapolación y desbordamien­ to de fronteras, pero en sentido contrario. Pensaban que, para seguir man­ teniendo la inerrancia del relato del Génesis y las valiosas verdades religiosas en él contenidas, era inevitable declarar inadmisible la hipótesis audazmente propuesta por la ciencia natural y la biología. Desde antiguo conocían los teólogos la atinada frase de san Agustín, que Dios al instruir al hombre so­ bre el origen del universo, quiso hacer cristianos, no matemáticos 6. Y tam­ bién el dicho que se atribuye al cardenal Baronio, con motivo del caso Ga- 6 . «Non legitur in Evangelio Dominum dixisse: Mitto vobis Paracletum qui vos do- ceat de cursu solis et lunae. Christianos enim facere volebat, non mathematicos». De actis cum Felice maniqueo I, X ; PL 42, 525. Cfr. De Genesi ad litteram II, IX ; PL 34, 270.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz