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4 2 0 B E R N A R D IN O D E A R M E L L A D A don muchos de sus seguidores. Cierto que hay que situar esta re­ nuncia en el marco amplio de la renuncia a todo por Jesús: Dios se manifiesta de un modo tan sorprendente que la reacción es darse a él renunciando a todo. Quien no entienda lo que es Cristo, como don de Dios y como hombre para los demás, no encontrará sentido para la imitación de su celibato. Precisamente la estructura sexuada del hombre permite tomar conciencia de la virginidad co­ mo entrega exclusiva y sacrificada por los otros. Más que valora­ ción negativa de lo sexual es valoración positiva que acentúa la fuerza del sacrificio en una preferencia. Quiero resaltar el hecho de la colaboración activa de tres obis­ pos en una Semana que, al tener más carácter orientador que de investigación, adquiere importancia por la autoridad magisterial de los ponentes. Mons. Elias Yanes centró el tema «Evangelización y moral se­ xual» en la vivencia del misterio de Cristo en quien está la plenitud de la libertad verdadera, porque sólo en él es posible una decisión crítica sobre uno mismo, una actitud penitente capaz de liberarse de formas de comportamiento que no estén acordes con la exigen­ cia de Dios, concretamente en el terreno de lo sexual. El hombre así liberado en Cristo ofrecerá una experiencia moral como testi­ monio a favor de Cristo, especialmente en su vida comunitaria cristiana, siendo en medio de la sociedad un signo de la verdadera esperanza en el mundo futuro. Mons. José Capmany recordó los puntos clave para una «lectu­ ra eclesial de la Biblia» en su aplicación a la «moral sexual». Los preceptos morales de la Escritura, precisó, no son reducibles a un estado de superestructura de una época y de un ambiente. Hay exi­ gencias que trascienden las circunstancias históricas y son las con­ diciones insoslayables para ser justos según Cristo. Como creyen­ tes, hemos de admitir una moral en la revelación, cuyo alcance se va conociendo en la interpretación hecha por la Iglesia en conexión con un elemento liberador de confusión: el Espíritu Santo. El Ma­ gisterio será, en concreto, la garantía eclesial de la verdad cris­ tiana. Aplicando esto a la moral sexual hallamos inmediatamente un concepto de hombre sublimado y valorado por la Encarnación del Verbo, que configura el destino humano en la experiencia de la intimidad de Dios. El sentido de la castidad se fundará en el res­ peto y el amor a todos los convocados en Cristo Jesús y en la libe­ ración de toda mira egoísta. Y su moralidad se irá descubriendo, por connaturalidad, en la vida de la Iglesia y, por contraste, frente

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